EL EDUCADOR EN GABRIELA MISTRAL
UNA APROXIMACIÓN A SU VIDA E IDEAS COMO MAESTRA
(1903-1922)
Alfredo Antonio Gorrochotegui
Martell[1] ⃰
Universidad San Sebastián, Chile
Recibido: 11/06/2020 - Aceptado: 26/10/2020
Resumen
El presente trabajo pretende mostrar que Gabriela Mistral fue una
educadora a tiempo completo que asumió diversas funciones al servicio de la
educación pública de Chile, desde las más sencillas —como ayudante “sin
título”— hasta las de mayor responsabilidad, como directora de liceos
femeninos. Para esta primera parte se ha historiado su trayectoria desde 1903
hasta 1922. A la par, hemos analizado algunos textos en prosa y verso escritos
en esos años, constatando que expresó ideas educativas de gran provecho, tales
como: (a) la importancia de que el educador ofrezca y prepare su lección con
hermosura, porque para ella el objeto de la pedagogía es la belleza y (b)
invitando a valorar y reconocer el insustituible lugar que tiene el educador
como ejemplo y modelo de vida para sus estudiantes.
Palabras
clave: Gabriela Mistral - Biografía - Vida educacional
- Ideas educacionales - Rasgos docentes.
THE
EDUCATOR IN GABRIELA MISTRAL
AN
APPROACH TO HER LIFE AND IDEAS AS A TEACHER (1903-1922)
Abstract
This
work aims at showing Gabriela Mistral as a full-time educator who held a series
of positions in the Chilean public education, from the simplest ones —as an
assistant teacher “without a degree”— up to those with greatest
responsibilities, such as a principal in the girls' high schools. In this first
part we have studied her career since 1903 to 1922. At the same time, we have
analyzed her prose texts and verse written during
those years, concluding that she expressed valuable educational ideas such as:
(a) the importance that the teacher offers and prepares his/her lesson with
beauty because for her, education was loveliness; and (b) inviting to value and
recognize the incomparable place the educator takes as an example and a model
for his/her students.
Key words: Gabriela Mistral - Biography - Educational life
- Educational ideas - Teachers’ features.
Introducción
¿Se conoce bien a Gabriela
Mistral como educadora en Hispanoamérica? La respuesta es que —efectivamente—
no se la conoce, y si se conoce, es muy poco lo que se sabe de sus grandes
aportes a la educación.
Mistral fue una educadora a
plena disposición, ejerció casi todos los cargos educacionales que a principios
del siglo XX un educador del sistema público chileno podía ostentar, desde
ayudante sin título hasta directora de liceo fiscal femenino. Pero, lo más
interesante, es que estuvo solo 19 años dedicada en cuerpo y espíritu a esta
tarea, pues su fama la sacó tempranamente de Chile llevándola a recorrer el
mundo ocupando cargos diplomáticos.
El conocimiento de su acervo,
tanto en Chile como en Hispanoamérica, es escaso, sea este sobre la profundidad
de sus ideas acerca del cómo enseñar y qué enseñar, del cómo un maestro debe
dar una clase, de qué virtudes debe poseer o de cómo debe configurarse la
escuela, tanto al interior de esta como en su influencia alrededor de la
comunidad en la que está inserta. Ideas que, como veremos, al menos respecto
del “deber ser” de un educador, de alguna manera chocan con el prosaísmo de la
educación actual.
Así, Mistral nos ofrece una
visión de la educación bastante novedosa, desconocida y de una profundidad
original que debiera tomarse en cuenta para hacer más teoría pedagógica en
nuestro continente y, consustancialmente con lo anterior, inspirar a todos
nuestros educadores de nivel primario, secundario y superior. Sus discursos,
sus versos, sus propuestas dan en el meollo de la educación, en lo que esta
tiene de más fundamental, espiritual y humano.
El siguiente trabajo propone
un breve estudio histórico-biográfico de Gabriela Mistral en el que trataremos
de mostrar cómo fueron sus primeros pasos y su recorrido hasta llegar a ser la
máxima autoridad de tres liceos públicos femeninos en Chile entre los años 1903
y 1922. Luego, intentaremos hacer un análisis de algunos de los temas de su
legado teórico-práctico acerca de la educación, especialmente, lo que un
educador debe ser como transmisor de belleza y como un modelo de vida.
Suponemos que, con este estudio, limitado por falta de espacio, podamos mostrar
aspectos inspiradores que Gabriela Mistral dejó para ser vividos y puestos en
práctica en la educación y por los educadores de hoy y de mañana.
Sus
primeros pasos como maestra
Abandonada por su padre
cuando tenía sólo tres años, vivió el resto de su niñez, adolescencia y primera
juventud junto a su madre y a su hermana, quien era maestra. Una tía monja y su
padre habían sido maestros. Este influjo de la propia familia de educadores, no
hay duda, pudo haber marcado su interés por esta profesión. No obstante,
también era lógico que una niña con un elevado interés por lo intelectual, su
afán por la lectura y una viva inteligencia, se interesara por una profesión,
que —en aquella época— era muy bien percibida para la mujer; además, de, por
supuesto, el necesario apoyo económico que con ese trabajo podría dar a una
familia muy modesta de tres damas.
De esta manera comienza Gabriela
a trabajar en la región de Coquimbo en 1903. Su primer empleo fue a la edad de
14 años en la escuela de una localidad llamada La Compañía donde fungió de
ayudante atendiendo a 50 niños. Allí mismo ofreció, también instrucción
nocturna y voluntaria para enseñar a leer y escribir a niños pobres entre 5 y
10 años, y a algunos que a ella misma sobrepasaban en edad (Mistral, 1993; Manzano
2015).
Luego de esa primera
pasantía, y con un afán de superación y de mejores perspectivas socioeconómicas
y docentes, se trasladó a la ciudad de La Serena en 1907, donde es contratada
en la Escuela de Niñas como secretaria o inspectora ayudante, dedicada solo a
trabajos de orden administrativo, no docente. Sin embargo, tiene tensiones con
la directora, Ana Krushe, de origen alemán, porque
Gabriela admite casi incondicionalmente a quien quiera estudiar y no solo a
niñas de buena familia. Esto la lleva a renunciar al cargo (Manzano, 2015).
En los aproximados diez meses
en que Gabriela trabajó en esta escuela, conoció e interactuó con alguien que
la tomó muy en cuenta, sobre todo porque luego, como futura directora de los
Liceos de Niñas de tres ciudades (Traiguén, Antofagasta y Los Andes), la
solicitaría oficialmente como parte de su equipo directivo. Es Fidelia Valdés,
una de las docentes de la Escuela de Niñas de La Serena. Valdés la estimuló
para que siguiera desarrollándose, para que validara sus aprendizajes y
continuase perfilando sus capacidades intelectuales y educacionales, las cuales
supo ver y acrisolar en la jovencísima maestra sin título (Herrera, 2018).
De 1908 a 1909 trabajó en la
Escuela Elemental Rural Mixta Nº17 de La Cantera como preceptora interina, pero
la escuela se cerró por falta de alumnos. Gabriela pasa luego a desempeñarse en
la Escuela Mixta Nº18 de Cerrillos, en el Departamento de Ovalle. Este es un
establecimiento construido por la familia Ripamonti
para los trabajadores de su hacienda El Retiro y será el último lugar de
Coquimbo al cual es asignada durante el segundo semestre de 1909, pues ella desea,
tal vez motivada por su madre, su hermana y por sus amigos intelectuales de
aquella región, ascender en la profesionalización docente. Así, abandonó
rápidamente la escuela de Cerrillos para rendir los conocidos Exámenes de
Competencias de preceptores y preceptoras en la Escuela Normal de Santiago.
Solo tales exámenes ofrecían una “propiedad” del cargo, pero no concedían
títulos. Y si los conferían, eran de una categoría muy inferior, pues se
trataba de alguien que solo tenía experiencia en la práctica de la educación
rural (Manzano, 2015).
Una vez que Gabriela aprobó
sus exámenes en 1910, se le pidió practicar su nuevo estatus en la Escuela
Rural de Barrancas, actual Pudahuel, al norponiente de la ciudad de Santiago.
El mismo año es nombrada profesora de Higiene en el Liceo de Niñas de Traiguén,
en la región de la Araucanía, donde
también permaneció por poco tiempo, ya que experimentó un ascenso inesperado:
Fidelia Valdés, directora del Liceo de Niñas de Antofagasta, la hace nombrar
profesora de Historia e Inspectora General, en enero de 1911 (Manzano, 2015).
Allí permanece Gabriela año y medio, pues la directora Valdés es trasladada a
Los Andes. Desde allí, Valdés hizo petición al Ministro de Instrucción Pública
de entonces, con fecha 15 de mayo de 1912, para que Gabriela pudiera
trasladarse a esta población como parte de su equipo docente y como Inspectora
General (Zegers, 2012).
En la carta de petición al
Ministro de Instrucción, Valdés calificó a Mistral de profesora competente,
leal cumplidora de sus deberes y excelente cooperadora para un establecimiento
femenino (Zegers, 2012). Esta alta valoración de su trabajo, la hace merecedora
de respeto por parte de sus otras compañeras de trabajo, sus alumnas, las
autoridades locales y sus amigos en ese paraje, así como aquellos con quienes
mantiene una muy viva relación epistolar.
El Liceo de niñas de Los
Andes fue fundado en 1912, con una matrícula inicial de 85 estudiantes. Era un
Liceo fiscal arrendado, en un establecimiento valorado como “regular”, con un mobiliario
calificado como “insuficiente”, sin gimnasio, pero con una biblioteca escolar
que poseía más de 200 libros (Labarca, 1928)1[2].
Mistral trae a Los Andes su
gran bagaje cultural. Sus lecturas y su producción literaria han marcado su personalidad,
dándole el rango de mujer intelectual. Un testimonio presencial de esos días lo
constata. El Cónsul de Uruguay ―también escritor, profesor y periodista―
Alberto Nin Frías, coincide con Mistral en el mismo barco que ella toma en
Coquimbo para trasladarse a Valparaíso y luego llegar a Los Andes. Allí,
mientras avanzan sobre las olas, entablan una agradable conversación que
sorprende al Cónsul, quien luego expresa a un amigo, que esta señorita tiene un
talento muy vinculado con el conocimiento de los grandes intelectuales del
mundo, los cuales, además le son muy familiares (Santelices, 1972).
Desde que Gabriela llegara al
Liceo de Niñas de Los Andes, como actividad pedagógica corriente, imparte
clases al aire libre. Bajo una parra ofrece —dice ella misma— “clases de
lectura, de recitación, de historia y geografía (yo no tenía otros ramos sino
castellano e historia)” (Mistral, 2017, p.114). Dicha labor, incomprendida en
un comienzo por docentes y alumnas, al poco tiempo logra disciplina y aceptación.
Subraya Gabriela Mistral, de esta innovadora clase, el dibujo del mapa de Chile
con tierra en relieve. Asimismo, las composiciones escritas —como resultado de
los paseos o de la observación del entorno— resultan menos falsas, más
sencillas y exactas (Mistral, 2017).
Gabriela no interrumpe su
producción literaria, pues esta acompaña su tarea de profesora de Geografía y
Castellano y su cargo de Inspectora General en Los Andes. El lugar le da paz y
estabilidad para dedicarse con calma a la escritura (Quezada, 1993). En ese
ambiente revienta en fuerza literaria y se catapulta a la fama nacional. El 22
de diciembre de 1914, en el concurso de los Juegos Florales de Santiago,
certamen organizado por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile, el
jurado, entre cuatrocientos trabajos, le otorga el primer premio, dándole la
flor natural, la medalla de oro y la corona de laurel por la trilogía de sus
“Sonetos de la muerte”, firmados con el seudónimo de “Gabriela Mistral”
(Mistral, 1993).
En 1915, le escribe a su amigo
Eugenio Labarca, comentándole que publicará a mediados de ese año un volumen de
versos escolares, suscitando una poesía escolar nueva (Mistral, 1992). En mayo
de ese mismo año, aparece uno de sus primeros poemas escolares, “La maestra
rural”, en la Revista de Educación Nacional (Mistral, 2002). A la vez, y como
se lo promete a Labarca, trabaja con ahínco y tesón en lo que serían, a partir
de 1916, alrededor de setenta y cinco textos suyos, poemas y prosas, en el
Libro de Lectura de Manuel Guzmán Maturana (libros I al V). Textos que fueron
de lectura obligada de varias generaciones y que Gabriela dedica a sus
educandos (Mistral, 2017).
Su
ascensión: de Los Andes a Punta Arenas
Al llegar el año 1918 se le
presenta una oportunidad de otra plaza que requería urgente de un nuevo equipo
de dirección y Gabriela es nombrada el 15 de febrero de 1918, por decreto
oficial, como directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas, designación que la
autorizaba a proponer los cambios que se requiriesen en el personal, así como
las medidas que valorase convenientes para el buen desenvolvimiento de este
(Zegers, 2012).
El Liceo de Niñas de Punta
Arenas fue fundado en 1906. Inició con una matrícula de 145 estudiantes y era
un local arrendado y con condiciones físicas muy limitadas. El estado del
establecimiento era calificado como “insuficiente”, con “escaso” mobiliario,
sin biblioteca y sin gimnasio (Labarca, 1928).
En Punta Arenas Gabriela
sería una directora totalmente comprometida con su labor. Y no solo eso, sino
que, además, pondría en práctica toda su intuición pedagógica, toda su fuerza
creativa, todo su afán de servicio público por hacer que su Liceo de verdad
fuese un espacio de luz y de fomento de la cultura a su alrededor, así como un
lugar que acogiese a las mujeres y niñas más necesitadas.
Gabriela llega a la ciudad el
18 de mayo de 1918 en el vapor Chiloé. El 27 comenzaron las clases con muy alta
asistencia (Scarpa, 1977). La nueva directora debe
comenzar a organizar su Liceo, nombrando con urgencia al equipo que ha traído
consigo. Entre sus creaciones, está la de configurar el Cuarto Año de
Humanidades.
Scarpa (1977) explica que Gabriela, en estos tiempos magallánicos, es de un
espíritu cultísimo, de una palabra fácil y atrayente, de trato exquisito,
modesta y distinguida. Habla con entusiasmo de diversos temas relacionados con
el Liceo de Niñas que dirige. A la vez expresa que es de poca vida social, y
que, como consecuencia de esto, resguarda su amistad para quienes realmente
estimaba (Scarpa, 1977).
Gabriela, con esta reputación
bien ganada de escritora y docente, y con un temperamento lleno de múltiples
sensibilidades, entre ellas, el de su visión más amplia, no escatima esfuerzos
por influir más allá de las funciones propias de directora de un Liceo de Niñas.
Siempre está en contacto con el pueblo. No quiere presumir con su cargo de
directora, alejándose de la realidad que la rodea, pues es consciente y
sensible del fuerte corte transversal entre clases. Usa la infraestructura del
establecimiento, entre otras cosas, para abrir y dirigir con entusiasmo clases
nocturnas de instrucción femenina para obreras de la región. En la prensa local
se le denomina “escuela nocturna popular” (El
Magallanes, 10 de septiembre de 1918).
La otra “obra útil” —como la llama
un artículo de la prensa local— a la que Gabriela se dedica en cuerpo y alma,
es a la organización de la biblioteca del Liceo de Niñas de Punta Arenas. Se
trataba de una biblioteca poco común, pues ofrecía dos secciones: una infantil
y otra popular. La primera servía a las propias alumnas del Liceo, y la segunda
a las obreras que asistían a los cursos nocturnos recién abiertos. Gabriela
defiende la alta especialización de esta biblioteca, dirigida por maestras que
seleccionaban libros para las diferentes edades de las niñas. Esta diferencia
con la biblioteca municipal era importante, porque, según ella, los padres no
estaban preparados para elegir buenas lecturas para sus hijas; por tanto, los
libros que usaban las niñas ya habían pasado por la celosa y consciente mirada
de sus profesoras (El Magallanes, 8
de octubre de 1918).
Pero para configurar tal
biblioteca, Mistral requiere de medios económicos y de libros, por lo que
solicita ayuda a la comunidad, que la apoya y le concede cientos de ejemplares.
Una de esas ayudas que recibió, fue la de una donación especial de ochenta y un
libros y cuarenta folletos que le envió el Consulado de Argentina. Regalo
generoso al cual Mistral respondió reconociendo la fraternidad entre ambas
naciones (Scarpa, 1977)21[3].
Tiene Gabriela una costumbre
poco común: visitar las cárceles de las ciudades donde vive. Siente algo
especial por los reclusos. Incluso en Punta Arenas, cuenta con algunos alumnos
prófugos en sus cursos nocturnos, quienes, al terminar las clases, le cuentan
de sus aventuras de escape del Presidio de Ushuaia en Argentina. Al parecer,
Gabriela piensa que necesita de ciertos contrastes para no acostumbrarse a la
posible sensación de que todo a su alrededor es bello. Desea contrastar su
bella misión pedagógica, su escuela, con una realidad que le lastima y de la
que, incluso, escribe protestas por las duras condiciones en la que se
encontraban los presos (Scarpa, 1977).
Todas estas labores
educacionales y sociales también son acompañadas, por supuesto, por la
literaria. Funda la revista Mireya, cuyo primer número aparece en mayo y el
último en noviembre de 1919. La revista siguió el modelo de las publicaciones
intelectuales y de cultura de aquellos tiempos, combinando una variedad de
secciones y contenidos: actualidad política nacional y mundial, educación, vida
social, deportes, etc. (Scarpa, 1977).
En el primer número de esta
revista, aparece uno de los escritos más conocidos de índole
pedagógico-espiritual de Gabriela. Se trata de una petición a Dios, que nace
del fondo del alma, con un lenguaje sencillo, pero directo. Algunas de sus
frases son:
Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y que lleve el nombre de
maestra, que Tú llevaste por la tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que la quemadura de la Belleza sea
capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Señor, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto […] Que no me
duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé […].
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal, en
mi lección cotidiana […].
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. Que
reprenda con dolor, para saber que he corregido amando […] (Mistral, 2017, pp.
23-24).
Gabriela deja Punta Arenas, pues
un radiograma de fecha 19 de marzo de 1920, le revela que ha sido designada
directora del Liceo Fiscal de Niñas de Temuco, cargo que debe ocupar a la
brevedad posible. En el diario La Unión, el 23 de marzo, se anuncia su partida
con todo detalle, incluyendo el nombre de su sucesora: “En el vapor correo Orcoma se dirigirá al norte para asumir su nuevo cargo en
el Liceo de Temuco la señorita Lucila Godoy. Según noticias particulares sería
reemplazada en propiedad en la dirección del Liceo de Punta Arenas por la Srta.
Celmira Zúñiga” (La Unión, 23 de
marzo de 1920).
Una transición: Temuco
1920 será el año que Gabriela
dedica a la educación en esta ciudad, poniendo en práctica las mismas
actividades que realizó en Punta Arenas. Ejecuta labores sociales y a favor de
la lectura. Se preocupa de la formación de sus niñas del liceo, instaurando
políticas en pro del libro y de la conformación de nuevas bibliotecas.
Desarrolla numerosas actividades por los más pobres, los obreros y los
encarcelados a quienes ofrece diversas conferencias (Mistral, 2002).
Figura 1. Cuadro
descriptivo de los Liceos de Niñas en que Gabriela Mistral trabajó23[4] .
Ubicación |
Directora Fundadora |
Año de Fundación |
Externo o Internado |
Matrícula en año de su fundación |
Matrícula en 1926 |
Local arrendado o fiscal |
Estado del local |
Mobiliario |
Biblioteca con más de 200 obras |
Gimnasio |
Los Andes |
Fidelia Valdés |
1912 |
Externo |
85 |
199 |
Arrendado |
Regular |
Insuficiente |
Si |
No |
Punta Arenas |
---- |
1906 |
Externo |
145 |
381 |
Arrendado |
Insuficiente |
Escaso |
No |
No |
Temuco |
Amalia Espina |
1905 |
Externo |
88 |
656 |
Arrendado |
Mediocre |
Escaso |
Si |
No |
Santiago Nro. 6 |
Lucila Godoy |
1921 |
Externo |
133 |
325 |
Arrendado |
Inadecuado |
Suficiente |
Si |
Si |
El Liceo de Niñas de Temuco
fue fundado en 1905 y se inició con una matrícula de 88 estudiantes, la cual
creció gradualmente, alcanzando las 656 alumnas para el año 1926. Fue un
establecimiento arrendado en un estado general valorado, según los estándares
de la época, como “mediocre”. Su mobiliario fue calificado como “escaso”. No
contaba con gimnasio, pero si con una biblioteca escolar de más de 200 libros
(Labarca, 1928).
Temuco también fue testigo de
un encuentro muy especial: allí Gabriela coincidió con el joven ―de dieciséis
años― Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, conocido más tarde en las letras
universales como Pablo Neruda. Ella le abre las puertas de la Biblioteca del
Liceo de Niñas. El poeta siempre reconoció la importancia del magisterio
recibido de Gabriela en esa época, a quien dedica unas cálidas palabras en su
autobiografía:
Por ese tiempo llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y
zapatos de taco bajo. Era la nueva directora del liceo de niñas. Venía de
nuestra ciudad austral, de las nieves de Magallanes. Se llamaba Gabriela
Mistral […]. La vi muy pocas veces. Lo bastante para que cada vez saliera con
algunos libros que me regalaba. Eran siempre novelas rusas que ella consideraba
como lo más extraordinario de la literatura mundial. Puedo decir que Gabriela
me embarcó en esa seria y terrible visión de los novelistas rusos y que
Tolstói, Dostoyevski, Chejov… entraron en mi más profunda predilección. Siguen
acompañándome (Neruda, 2005, pp. 31-32).
Gabriela recibe un decreto
con fecha 16 de marzo de 1921 donde se le pide trasladarse a Santiago. En dicho
decreto se indicaban tres mandatos: que se crearía un nuevo Liceo de Niñas en
Santiago con el número seis; que el puesto de directora habría que dárselo a
Lucila Godoi (sic), actual directora del Liceo de
Niñas de Temuco y que, por tanto, se ordenaba le pagasen el sueldo
correspondiente (Zegers, 2012).
Despedida:
de Santiago de Chile a México D.F.
En Santiago viviría de mayo
de 1921 a junio de 1922. Allí trabaja incansablemente en su Liceo Nro. 6,
ubicado en el populoso barrio Matadero, instalado en el Palacio Bravo de la
calle Chiloé Nro. 1879 (Reseña Histórica
del Liceo Nro. 6 de Niñas, 1946). Era un
establecimiento arrendado, calificado como “inadecuado”, pero a la vez valorado
como “suficiente” respecto del mobiliario, contando a su vez, con gimnasio y
una biblioteca de más de 200 obras (Labarca, 1928). Lo primero que hace es
darle un nombre, proponiendo el de Teresa Prat de Sarratea, por ver en esa
autora, nieta de Andrés Bello, la “encarnación del heroísmo cultural” (Mistral,
2002, p. 27). El nombre se mantiene hasta hoy y el Liceo sigue ubicado en el
mismo barrio, pero en la calle General Gana, Nro. 959, entre las calles Arturo
Prat y Chiloé. Gabriela estructura su equipo con algunas profesoras que ya la
acompañaron en sus anteriores gestiones desde que comenzó a ser directora en
Punta Arenas. Esa era su costumbre, y, además, fue práctica común autorizada
por el Ministerio de Instrucción Pública de entonces.
Figura 2. Lugares
dentro de Chile donde estuvo Gabriela Mistral colaborando, dando clases y/o
dirigiendo colegios43[5].
Población – Ciudad |
Actividad docente |
Región de Chile |
Año |
Edad |
Cargo |
La Compañía Baja (Poblado cerca de la Serena y
Coquimbo) |
Instrucción en la mañana a niños
de cuatro cursos, unos 50 según la Ley de Instrucción Primaria de la época
(1902). |
Coquimbo |
1903-1906 |
14-17 |
Ayudante |
La Serena |
Inspectora Ayudante de Liceo de
niñas de La Serena. |
Coquimbo |
1907 |
18 |
Secretaria o “Inspectora
Ayudante” (Trabajos administrativos. No realizó docencia). |
La Cantera (Poblado cerca de la Serena y
Coquimbo) |
Enseña en la Escuela de La
Cantera |
Coquimbo |
1908 |
19 |
Preceptora Interina (Es ascendida
de Ayudante a Preceptora Interina). |
Cerrillos (Poblado cerca de la Serena y
Coquimbo) |
Maestra de escuela de Cerrillos. |
Coquimbo |
1909 |
20 |
Preceptora |
Barrancas (Actual Pudahuel. Sector
Norponiente de Santiago) |
Ejerce en la escuela rural de
Barrancas al norponiente de Santiago. |
Metropolitana |
1910 |
21 |
Preceptora |
Traiguén |
Es profesora de Higiene en el
Liceo de Niñas de Traiguén. |
Araucanía |
1910 |
21 |
Preceptora |
Antofagasta |
Profesora de Historia en el Liceo
de Niñas de Antofagasta. |
Antofagasta |
1911 |
22 |
Preceptora e Inspectora General |
Los
Andes |
Profesora
de Castellano y de Historia y Geografía, e Inspectora General. |
Valparaíso |
1912-1917 |
23-28 |
Profesora
e Inspectora General |
Punta
Arenas |
Es
Directora y Profesora de Castellano del Liceo de Niñas de Punta Arenas. |
Magallanes |
1918-1919 |
29-30 |
Directora |
Temuco |
Es
Directora y Profesora de Castellano del Liceo de Niñas de Temuco. |
Araucanía |
1920 |
31 |
Directora |
Santiago |
Es
Directora del Liceo Nro. 6 de Niñas de Santiago. |
Metropolitana |
1921-1922 |
32-33 |
Directora |
Uno de los actos de entrega
generosa y sincera de Gabriela son las ideas y reflexiones pedagógicas que
escribe para sus compañeras de trabajo, las cuales se convierten en el orgullo
espiritual de este establecimiento (Reseña
Histórica del Liceo Nro. 6 de Niñas, 1946). Se trata de 46 consejos sobre
enseñanza y dirección escolar. Por ejemplo, el Nro. 46 expresa un consejo que
invita a los educadores a ir más allá de los manuales escolares: “nada más
triste que el que la alumna compruebe que su clase equivale a su texto”
(Mistral, 2002, p. 27). Son hondas reflexiones, producto de una educadora que
tiene ya una acumulada experiencia en las aulas y en la gestión y organización
escolar. Estos pensamientos son publicados posteriormente, en marzo de 1923 en
la Revista de Educación.
Gabriela termina su
experiencia como directora del Liceo Nro. 6, con 33 años, cuando es invitada a
trasladarse a México gracias a la solicitud realizada por el intelectual
mexicano, José de Vasconcelos, Ministro de Instrucción pública de ese país,
quien quiere le acompañe en la importante reforma educacional en la que está
trabajando. Su nombre y su fama han salido del ámbito chileno y se expanden por
algunos países de Hispanoamérica y a nadie pudo extrañarle que el gobierno
mexicano la invitase a colaborar en las tareas de organización educacional de
aquel país (Silva, 1935).
No obstante, lo anterior,
Mistral sufre en Santiago de una maquinación en su contra por no tener el
título que se requería para dirigir un Liceo de esas características. Ella
apunta, como responsables de la urdimbre en su contra, a algunas personalidades
de alto nivel político y educacional, y a su propio gremio quien no la apoya ni
la defiende (Mistral, 1992).
En su viaje marítimo al
Caribe, en dirección a México, recibió homenajes de parte de algunos medios
escritos, entre ellos, la revista Cuba Contemporánea, en una escala de cuatro
días que hizo en La Habana entre el 12 y 15 de julio de 1922 (Mistral, 2017a).
El educador como transmisor de belleza y como modelo de vida
y de entrega
Para este apartado vamos a
tomar en consideración los siguientes textos de Gabriela Mistral en orden de
aparición: en prosa, “Palabras a los maestros”, “Pensamientos pedagógicos”, “La
enseñanza, una de las más grandes poesías” y “Decálogo de la maestra” y en
verso, “El maestro rural” y “La maestra rural”.
La
belleza en la transmisión
En el texto “Palabras a los
maestros”, publicado en 1918, Gabriela exige que la clase de un educador debe
tener belleza auténtica. “Procura dar un poco de belleza —escribe— a tu lección
de todos los días (mira que Cristo no divorció la hermosa intención de verdad
del deseo de hermosura y gracia verbal)” (Mistral, 2017, p. 29). De forma más
sintética, en sus “Pensamientos pedagógicos”, publicados en 1923 como ya se ha
señalado, también expresa: “Toda lección es susceptible de belleza” (Mistral,
2017, p. 27).
Afirma que el descuido del
lenguaje en el educador es consecuencia de cierto desprecio por el oyente. Y va
más allá, diciéndole directamente al maestro que ese abandono en su habla “roba
algo a la verdad que enseñas: le robas atractivo sobre los niños, le robas
dignidad” (Mistral, 2017, p. 29). Es decir, que un maestro que no cuida su
expresión en la sala de clases no está respetando la dignidad de sus alumnos,
quienes merecen escuchar palabras hermosas, bien dichas, frases bien
estructuradas, enriquecidas. Les dice que esa palabra hermosa debe ser sobria,
natural, no artificiosa, para lograr así cierto “refinamiento artístico”
(Mistral, 2017, p. 29). También advierte Gabriela que los niños, aunque son
ignorantes por su edad y falta de experiencia, se dan perfecta cuenta de este
cuidado del lenguaje que usa su maestro.
Invita a los educadores a
realizar dos actividades didácticas marcadas por la belleza. La primera,
leerles trozos de lecturas de buenos textos a sus estudiantes; y da como
ejemplo el Cuento de Margarita de Rubén Darío, aseverando con seguridad de
maestra experimentada: “haz la prueba y te quedarás maravillado” (Mistral,
2017, p. 29). La segunda, que decoren sus salas de clases con bellas imágenes,
por ejemplo, con las de un artista francés de estilo realista como
Jean-François Millet.
Finalmente, Gabriela ofrece
en un texto denominado “La enseñanza, una de las más grandes poesías”,
publicado en 1917, una conclusión sobre lo que se alcanza al final de una clase
esforzadamente bella:
Cuando yo he hecho una clase hermosa, me quedo más feliz que Miguel
Ángel después de Moisés. Verdad es que mi clase se desvaneció como un celaje,
pero es solo en apariencia. Mi clase quedó, como una saeta de oro atravesada en
el alma siquiera de una alumna. En la vida de ella, mi clase se volverá a oír,
yo lo sé. Ni el mármol es más duradero que este soplo de aliento si es puro e
intenso (Mistral, 2017, p. 66).
En otro lugar del texto
anteriormente citado, Gabriela llega a señalar que “la Pedagogía tiene su
ápice, como toda ciencia, en la belleza perfecta” (Mistral, 2017, p. 68).
Nuestra maestra-poeta no cree que la educación tenga como fin único que el
alumno aprenda. Ella va más allá. Por supuesto, desea que sus alumnas en los
Liceos que dirige y en las clases que brinda, aprendan los contenidos, se
instruyan. Pero hay en ella algo más profundo que capta, tal vez, no como
alguien quien se ha preparado científicamente con estudios sistemáticos, sino
como alguien que tiene una sensibilidad especial, fruto —en el caso de
Gabriela— de su constante relación con la poesía. Para ella, la belleza
transforma la educación, le da su sentido último. Sin fines, sin objetivos bien
definidos, sin propósitos claros y precisos, toda la educación sería una tarea
caótica y desordenada. Los fines de esta son los motivos de la actividad y su
justificación. Para Gabriela la educación tiene una intención determinada, una
intención que busca la elevación de la persona humana. Dar una clase hermosa,
bien preparada, pensando en que los alumnos tienen dignidad propia y merecen lo
mejor por ser quienes son —personas humanas que están aprendiendo—, tiene como
intención final la perfección de estas personas, ayudándolas a que cada una sea
como debe ser. “Un magnífico principio educativo que cita Maritain
del poeta griego Píndaro, dice: «Hay que llegar a ser lo que se es». Lo que se
es, en el sentido más elevado que esto tiene” (Espinosa, 1998, p. 81).
De alguna manera, esta
intuición mistraliana acerca de la belleza como
finalidad de la educación, coincide en algunos aspectos con el pensamiento de
Jacques Maritain, a quien, por cierto, años después,
Gabriela conoce y escribe (Frei, 1989). Hay algunas ideas en ella que se
acercan al concepto de belleza que este autor ha desarrollado en su libro Arte
y escolástica, de 1920.
Para Maritain
lo bello es lo que da deleite, pero no cualquier deleite, sino uno que exalta
al alma humana, la atrae, la moviliza. Ese gozo lo produce la contemplación que
hace la inteligencia humana de lo bello. La belleza deleita a la inteligencia,
porque esta ama el orden, la unidad (Maritain, 1945).
En síntesis, el maestro que da una clase hermosa —bella, ordenada, con unidad y
proporción—, deleita a las inteligencias de sus estudiantes, porque lo propio
de la inteligencia humana, es tender al orden, o más bien, tender al deleite
que está en el orden. “Lo bello —insiste Maritain— es
esencialmente deleitable, por eso, por su misma naturaleza y en cuanto bello,
mueve el deseo y produce el amor” (Maritain, 1945, p.
41). La clase ordenada, bella, conecta con el alumno de un modo natural. La
clase bella dispone al alumno, le mueve a captar con mayor atención, le implica
más en lo que se le intenta enseñar, dispone su voluntad.
Se puede decir que la belleza
como fin de la educación permite que los alumnos puedan conseguir ser personas
más humanas. O de un modo más claro, una clase hermosa, bien preparada,
explicada con altura —como ha dicho Gabriela— “eleva a su máxima e íntegra
plenitud al espíritu humano” (Melendo, et al, 2008, p. 123).
Modelo
de vida y de entrega sin condiciones
Uno de los escritos con más
contenido en valores y especialmente relacionado con el modo de ser de un
educador son sus “Pensamientos pedagógicos”. Se trata de 46 máximas, de las que
solo dedica 5 a aspectos pedagógicos. El resto están enfocadas en las actitudes
que debe poseer un maestro como un modelo para sus estudiantes.
Es conocido, al menos en el
ambiente educacional chileno, el pensamiento 2 que expresa: “enseñar siempre;
en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el
gesto y la palabra” (Mistral, 2017, p. 25). Aquí sintetiza Gabriela lo que debe
ser un educador: siempre el mismo. Un ser que debe ser coherente en la calle,
en la casa, en el campo, en la escuela, con sus gestos y dichos. Pide en ellos,
por tanto, coherencia de vida. A esto agrega en el 3, dos actitudes concretas:
la bondad y la honradez profesional (Mistral, 2017).
Pero Gabriela es incisiva. En
el pensamiento 13 afirma que “todos los vicios y mezquindades de un pueblo son
vicios de sus maestros” (Mistral, 2017, p. 25). Llamada de atención muy
punzante acerca de la responsabilidad ética de estos. Lo mismo señala en el 33,
pero usando un lenguaje más cruel: “¿cuántas almas ha envenenado o ha dejado
confusas o empequeñecidas para siempre una maestra durante la vida?” (Mistral,
2017, p. 27). Es consciente de lo que un educador es capaz de modificar en un
alumno, pero, además, es consciente de que se necesitan virtudes en él que
puedan ofrecer un modelo de vida. Para Gabriela, un maestro es una lección
real, continua, rectilínea.
En el pensamiento 27,
Gabriela ofrece una de las disposiciones más profundas en su pedagogía. Dice:
“el amor a las niñas enseña más caminos a la que enseña que la pedagogía”
(Mistral, 2017, p. 26). También lo dice en su “Decálogo de la maestra”,
publicado en 1922, cuando afirma en el mandamiento primero: “AMA. Si no puedes
amar mucho, no enseñes niños” (Mistral, 2017, p. 22). Para ella el amor es una
disposición de entrega que está en el fundamento de la enseñanza. Si no se
quiere con la voluntad, con cariño, a los niños, entonces es muy difícil
enseñar bien. Es conocida la actitud que, a veces, tienen los docentes en los
colegios y en la universidad al expresar que cuando van a su sala de clases
“van a enfrentarse” con un grupo de estudiantes. Gabriela los invita a ir con
otra disposición. Invita no a enfrentarse con ellos, sino a quererlos tal cual
son.
En otro lugar ella habla
sobre el amor diciendo: “¿cuál es la señal más aguda de un hombre duro de alma?
Para mí esta: no amar. ¿Cuál es el hombre más santo? El que ama más […]; el que
tiene más hondo el don de la simpatía por lo que vive” (Mistral, 2017, p. 68).
Este es el tema en el cual Gabriela insiste: hacer las cosas con verdadero
interés y devoción.
En su poesía “El maestro
rural”, publicada en 1917, ofrece esta imagen de sacrificio propia de un
maestro que se entrega auténticamente a su labor amando (Mistral, 2002, p.
277):
[…]
Sabe Dios que al ver el poblado triste
no tuvo un reproche mojado en rencor.
Tú sendero humilde, que lo condujiste
hasta su casita pobre, tú le viste
los ojos en éxtasis y el gesto en amor.
[…]
Lo mismo dice, con otras palabras, en “La
maestra rural” publicada en 1915 (Mistral, 2002, p. 232)54[6]:
[…]
Amó, sirvió, sufrió. ¡Divina! Estaba hecha
para exprimir aljófares sobre la humanidad.
era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.
[…]
En dos sitios habla Gabriela
de la transparencia necesaria en los maestros, en su “Decálogo a los maestros”
y en el poema “La maestra rural”. La palabra precisa que usa es “puro” referido
al corazón de este, o “pura” referida a la persona de una maestra. En el
“Decálogo de la maestra” sugiere en el mandamiento 9: “mira tu corazón, y mira
si está puro, antes de dar una clase” (Mistral, 2017, p. 22). Tener un corazón
puro sin afecciones que le impidan dar una buena clase. Puro en el sentido de
despegado de sentimientos de ira, de falta de paz interior. Y si los tuviere,
como ya se ha dicho, no dejarse llevar por estos al dar su lección, por respeto
a la dignidad de sus alumnos. De hecho, la negativa de Gabriela es tajante.
Antes de dar la clase, hay que mirarse dentro para despojarse de cualquier
impedimento, para querer a los alumnos ese día.
La Real Academia dice de
“puro”, en su segunda acepción, “que procede con desinterés en el desempeño de
un empleo”; en la tercera, “que no incluye ninguna condición”; y en la quinta,
que es “libre y exento de imperfecciones morales” (Diccionario de la Real
Academia Española, 2014). Es, por tanto, un rasgo relacionado con el amor que
se ha comentado anteriormente. El énfasis es claro en el poema “La maestra
rural”, en su primer verso (Mistral, 2002, p. 231):
La maestra era pura. «Los suaves hortelanos,
decía, de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claro su aceite, para dar clara luz».
[…]
El verso formula la idea de
que esa “pureza” tiene que ver con la claridad en la falta de restricciones o
condiciones para entregarse a la labor de educar y, a la vez, en la intachable
talla moral de quien educa. Invita a recordar que el trabajo de educar requiere
de una transparencia personal que debe estar al auténtico servicio del
aprendizaje de los alumnos. Incluso más, al servicio de sus vidas, porque, como
ya se ha dicho, no solo se enseña con pedagogía, sino con la vida.
Conclusiones
En breve síntesis hemos
intentado mostrar el recorrido biográfico que Gabriela Mistral desarrolló entre
1903 y 1922 como educadora en Chile. Como se pudo constatar, trabajó en casi
todos los cargos existentes en la educación pública de su país. Dedicó tiempo a
actividades de orden social para enseñar a leer a niños, a analfabetas y a
mujeres obreras. Fomentó la lectura y la instalación de bibliotecas escolares
que no sólo servían al interior de los liceos, sino que tenían sus puertas
abiertas al resto de la comunidad donde se ubicaban estos establecimientos.
Visitó las cárceles de las
ciudades donde trabajó y no dejó de escribir verso y prosa al servicio de la
misma educación. Una prosa y un verso que, recogiendo su propia experiencia,
ofreció ideas para inspirar la labor docente. Por una parte, insistió en la
necesidad de la belleza al desarrollar una lección. Invitó a pensar en que una
clase es como un poema, es decir, que en su estructura y preparación es
necesario apuntar a la hermosura, al cuidado de las palabras, así como a la
pertinente decoración del lugar. Para ella la educación tiene como fin la
belleza. Su interés apuntó en hacer ver que la belleza de una clase es una
experiencia en el que la inteligencia del estudiante se deleita, y, por tanto,
se le incita a tener mayor interés en la lección de su maestro disponiéndose a
aprender y a desarrollar virtudes.
El segundo tema en el que más
insistió respecto del maestro es la importancia de tomar conciencia de que su
ejemplo educa e influye determinantemente en los estudiantes. Mistral propone
que un educador debe ser coherente siempre: tanto en su sala de clase como en
el patio, así como en la calle. Un ejemplo que se profundiza por otros dos
rasgos: por un lado, con el amor como disposición previa para enseñar y
entendido como la voluntad de hacer el trabajo docente con cariño, tomando en
consideración a la persona singular de cada estudiante; y por otro, la
incondicional entrega del educador a su labor, sin quejarse y consciente de la
importancia de su tarea formativa.
Podemos ver en Gabriela
Mistral un modelo de inspiración para el educador hispanoamericano, pues
experimentó en carne propia el trabajo educativo en distintos establecimientos
y cargos. Vivió de cerca la realidad de la educación de su país dándose cuenta
de sus necesidades. Pero a la vez, pensó en la educación reproduciendo en sus
poemas y en su prosa, y en su disposición de constante servicio, temas que van
a la raíz del problema educacional, a la raíz de una verdadera calidad
educativa. Por una parte, el modo en como un educador debe desarrollar su clase
y, por otra, la constante llamada a su conciencia de que debe ser siempre un
ejemplo de vida y de entrega coherente y genuina.
Diarios y reseñas
históricas
El
Magallanes (Punta Arenas).
La
Unión (Punta Arenas).
Reseña
Histórica del Liceo Nro. 6 de Niñas.
(1946). Publicada con motivo de la Celebración del 25˚ Aniversario de su
Fundación, 14 de mayo de 1921-1946. Santiago de Chile: Impresora La Tarde.
Libros,
epistolarios y documentos de Mistral o relativos a la vida de Mistral
Frei Montalva, E. (1989). Memorias, 1911-1934 y correspondencias con Gabriela Mistral y Jacques Maritain. Santiago: Planeta.
Herrera Vega, H. (2018). Gabriela
Mistral. Hija predilecta de Elqui. La
Serena: Editorial Universidad
de la Serena.
Manzano, R. (2015). Gabriela
en Coquimbo. La Serena: Editorial de la Universidad de la Serena.
Mistral, G. (2017). Pasión
por enseñar. Pensamiento pedagógico. Editorial Universidad de Valparaíso:
Valparaíso.
Mistral, G. (2017a). La
lengua de Martí y otros motivos cubanos. Santiago: LOM.
Mistral, G. (2002). Recopilación
de la obra mistraliana 1902-1922. Santiago: Ril editores y Gobierno de Chile.
Mistral G. (1993). Poesía
y prosa. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Mistral, G. (1992). Antología
Mayor. Cartas. Santiago: Cochrane.
Quezada, J. (1993). “Cronología. Gabriela Mistral a través
de su vida”, en Mistral, G., Poesía y prosa. Caracas: Biblioteca
Ayacucho.
Santelices, I. (1972). Mi
encuentro con Gabriela Mistral. 1912-1957. Santiago: Editorial
del Pacífico.
Scarpa, R. E. (1977). La
desterrada de su patria (I y II). Santiago: Editorial Nascimento.
Silva Castro, R. (1935). Estudio
sobre Gabriela Mistral. Santiago: Zig-Zag.
Zegers, P. P. (2012). En torno a Gabriela Mistral. Cartas (1923 a 1947) y Gabriela
en el Magisterio (1904 a 1921). Mapocho,
72: 195-287.
Bibliografía
general
Diccionario
de la Real Academia Española
(2014) Buenos Aires: Planeta.
Espinosa, T. (1998). El personalismo pedagógico en la
filosofía de la educación. Notas y
documentos, N°50-51: 79-89.
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Imprenta y Litografía La Ilustración.
Maritain, J. (1945). Arte y escolástica.
Buenos Aires: La espiga de oro.
Melendo, T. et al. (2008). La
pasión por lo real, clave del crecimiento humano. Madrid: Ediciones
Universitarias Internacionales.
Neruda, P. (2005). Confieso
que he vivido. Santiago: Pehuén Editores.
⃰ [1] Doctor en Educación (Universidad de Navarra, España). Magíster en Historia (Universidad de los Andes, Chile). Licenciado en educación, mención Ciencias Pedagógicas (Universidad Católica Andrés Bello, Caracas). Es Profesor Asociado en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad San Sebastián (Chile).
[2]1 Los
rasgos de Liceos de Niñas son expresados así por Amanda Labarca en esta
recopilación que realiza acerca del estado de los centros docentes en 1926. Se
refiere a estos, entre otros, (a) si el local es arrendado o no, (b) estado del
establecimiento, (c) estado del mobiliario, (d) existencia o no de una
biblioteca de más de 200 libros, y (e) existencia o no de un gimnasio. Véase la figura 1.
21[3] Gabriela
Mistral le envía una nota al Cónsul de Argentina en la que le comenta que tal
donación de libros “las alumnas la han recibido como un mensaje fraterno de la
juventud argentina”, y agrega: “Creo que las escuelas sudamericanas deben ser,
en la hora presente, el instrumento más activo de simpatía y compenetración
espiritual, ante estos pueblos cuya lengua común es, más que una sugestión, un
mandato de cordialidad y una fuente inagotable de motivos de acercamiento
intelectual. Con este criterio, he llevado siempre a mis clases el amor de lo
argentino, por medio de la difusión de su literatura, tan esencialmente
educadora” (Scarpa, 1977, pp. 143-142)