DECIDIR EL LENGUAJE
ESTRATEGIAS
DE SUBJETIVACIÓN Y SUPERVIVENCIA COLECTIVA A TRAVÉS DE EXPERIENCIAS DE ARTE Y CULTURA
EN CONTEXTOS DE ENCIERRO
Cynthia Bustelo*[1]
Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
Recibido: 16/08/2019 Aceptado:
28/12/2019
Resumen
Este
trabajo presenta, describe y analiza la experiencia de formación y producción
cultural llevada a cabo desde el
Programa de Extensión en Cárceles (PEC), dependiente de la Secretaría de
Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil (SEUBE) de la Facultad de
Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Las
estrategias y acciones llevadas adelante por el programa, están orientadas a
construir herramientas y oportunidades para la inclusión social de las personas
privadas de libertad y liberadas, y promover la defensa de los derechos
humanos. Propongo poner a disposición las líneas de acción y reflexión que
llevamos a cabo, recuperar los procesos
de elaboración y puesta en marcha de las propuestas, para cruzar su devenir con algunas categorías
construidas en mi tesis doctoral y otras elaboraciones conceptuales, políticas
y epistemológicas que sustentan la tarea que llevamos a cabo. La reconstrucción
de esta experiencia resulta un ejercicio formativo y tiene un valor en sí
mismo, ya que permite dejar sistematizado algo de ese saber con el fin de dejar
huella, para que otros equipos puedan conocer y, por qué no, retomar la
experiencia que presentamos. Paralelamente, pondré a disposición cómo estas
propuestas de apertura a la comunidad, permiten transformar no sólo la
institución penitenciaria, sino la propia institución universitaria.
Palabras clave: experiencias de formación- contextos de encierro- prácticas socioculturales-
extensión universitaria-lenguaje
Abstract
This work presents, describes and
analyzes the experience of training and cultural production carried out by the
Extension Program in Prisons (PEC), under the Secretariat of University
Extension and Student Welfare (SEUBE) of the Faculty of Philosophy and Letters
(FFyL ) of the University of Buenos Aires (UBA). The strategies and actions
carried out by the program are aimed at building tools and opportunities for
the social inclusion of persons deprived of liberty and freedom, and promoting
the defense of human rights. I propose to make available the lines of action
and reflection that we carry out, to recover the processes of elaboration and
implementation of the proposals, to cross their future with some categories
built in my doctoral thesis and other conceptual, political and epistemological
elaborations that support The task we carry out. The reconstruction of this
experience is a training exercise and has a value in itself, since it allows to
systematize some of that knowledge in order to leave a mark, so that other
teams can know and, why not, resume the experience we present. At the same
time, I will make available how these proposals of opening up to the community,
allow to transform not only the penitentiary institution, but the university institution
itself.
Keywords: Formative experiences – Confinement contexts –
Sociocultural practices – University extension – Language.
Prácticas y fundamentos
de otros modos de construir Universidad
Este
trabajo presenta, describe y analiza la experiencia de formación y producción
cultural llevada a cabo desde el Programa de Extensión en Cárceles (PEC),
dependiente de la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil
(SEUBE) de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos
Aires (UBA). Pretendemos poner a disposición las líneas de acción y reflexión
que llevamos a cabo, recuperar los
procesos de elaboración y puesta en marcha de la experiencia universitaria
desarrollada en contextos de encierro, para cruzar su devenir con algunas
categorías construidas en la tesis doctoral y otras elaboraciones conceptuales,
políticas y epistemológicas que sustentan la tarea que llevamos a cabo.
El Programa de
Extensión en Cárceles (PEC) aborda problemas socioeducativos y culturales en
contextos de encierro y vinculados con el sistema penal y la cárcel, a través
de actividades orientadas a la defensa de los derechos humanos y la inclusión
social de las personas privadas de libertad ambulatoria y liberadas. Este
trabajo es realizado principalmente en centros universitarios y espacios
educativos dentro de establecimientos penitenciarios federales y centros
socioeducativos de régimen cerrado, aunque los alcances de la intervención
abarcan otros espacios institucionales y políticos.
El PEC se
constituye formalmente en el año 2011. Depende de la Secretaría de Extensión
Universitaria y Bienestar Estudiantil de la FFyL de la UBA y su fundación dio
respuesta a la necesidad de reunir experiencias, saberes, acciones, que se
venían llevando a cabo desde la facultad en los contextos de encierro. Desde
aquel momento, se han realizado actividades en el Centro Universitario Devoto
(CUD) alojado en el Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires y en el Centro Universitario Ezeiza (CUE) alojado en la localidad de
Ezeiza, en el Complejo Penitenciario Federal I (CPFI) y el Complejo
Penitenciario Federal IV de Mujeres (CPF IV), y en la Unidad 31-Centro Federal
de Detención de Mujeres de Ezeiza; todos bajo la órbita del Servicio Penitenciario
Federal (SPF). Tenemos presencia también en los tres centros socioeducativos de
régimen cerrado (CSRC) actualmente activos en la CABA, dependientes del Consejo
de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes. Asimismo realizamos actividades
extramuros, en la sede de Puan 480, el Centro de Innovación y Desarrollo para
la Acción Comunitaria (CIDAC) y El Centro Cultural Paco Urondo para jóvenes que
cumplen medidas penales morigeradas y/o personas que recuperaron su libertad.
Las actividades
que llevamos a cabo constan de talleres, seminarios, y otras propuestas
socioeducativas y de formación profesional, artística y cultural; actividades
de investigación, extensión y docencia, en vínculo con cursos curriculares y
extracurriculares; acciones institucionales, de vinculación social,
articulación y difusión. De las actividades realizadas intramuros participan
alrededor de cuatrocientas personas privadas de libertad ambulatoria y más de
cuarenta estudiantes universitarios (en situación de encierro o no); aproximadamente
setenta docentes, investigadores/as y graduados/as de distintas carreras de
nuestra Facultad y otras unidades académicas, además de profesionales y
activistas vinculados a la temática. Organizamos más de veinte talleres
extracurriculares, cursos y espacios de orientación y formación en contextos de
encierro (algunos repetidos en más de una locación). Realizamos también tareas
de orientación y acompañamiento a estudiantes privados de libertad y liberados.
Llevamos a cabo desde el 2016, una Diplomatura de pregrado en gestión
sociocultural para el desarrollo comunitario[2]1, primera oferta de estas características en
contextos de encierro. A su vez, mantenemos o gestionamos nuevos convenios y
vínculos de trabajo con otras unidades académicas, organismos estatales y
organizaciones sociales. Participamos además de mesas de trabajo, congresos, y
demás eventos científicos y de extensión universitaria; y organizamos
encuentros, jornadas y espacios de debate y difusión intra y extramuros, de
gran repercusión, como el Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel, que
este año realizará su sexta edición.
Podemos enmarcar
el programa en una larga tradición que entiende la extensión como el diálogo y
la interacción de los conocimientos científicos con los saberes y necesidades
de la comunidad o población de la que las universidades participan, abriendo
espacios de compromiso y cooperación, con el objetivo de mejorar la calidad de
vida de los grupos y personas que la integran. Si bien no desconocemos la advertencia que Paulo Freire y otra serie
de autores y actores del campo popular que alimentaron la discusión, se dedicaron a explicitar sobre el término
extensión, no será menester profundizar dicho debate en este trabajo. Según
Juan Pablo Parchuc, Director del PEC y de las actividades de la FFyL en el
Programa UBA XXII 2[3]:
Las discusiones encaradas al respecto por las ciencias sociales y las
llamadas humanidades están haciendo foco en la manera de expandir o tensar los
límites (materiales, simbólicos, políticos) de los campos disciplinares y las
prácticas académicas, desde una perspectiva crítica que a la vez cuestione los
sentidos naturalizados dentro de sus propias instituciones y proponga modos de
construcción y apropiación social de la cultura y el conocimiento para extender
sus horizontes y posibilidades de intervención en el debate de ideas y la
definición de las políticas educativas, sociales, económicas y culturales
(Parchuc, 2015, p.18).
En este sentido,
cabe la insistencia en destacar que nos alejamos de aquellas ideas o posiciones
románticas y redentoras, que desde afuera se instalan para declamar cómo se
deben hacer, realizar u organizar, en este caso, los espacios de encierro. Más bien se busca, “impulsar redes de
co-formación, de sostén político-afectivo-intelectual, que promuevan la
supervivencia colectiva como modo de resistencia, el despliegue de capacidades
autogestivas y que movilicen y reivindiquen el saber de experiencia como saber
pedagógico” (Bustelo, 2017, p.79).
La forma de
trabajo que venimos llevando a cabo desde el PEC, y que está en franca
consonancia con otras líneas de acción que (motorizadas por la extensión)
integran la docencia y la investigación
coordinadas y sostenidas por la SEUBE de la FFyL, es parte de una política
universitaria que pretende, en conjunto con las organizaciones e instituciones
barriales, comunitarias y experiencias autogestivas,
avanzar en procesos de innovación social, lo que supone una
reconfiguración del proceso de gestión de conocimiento tradicional (tendencialmente
auto-centrado y reproductivista) al generar una política de investigación en
relación a problemas y demandas sociales cuya solución implica una abordaje
interdisciplinario e intersectorial” (Trinchero y Petz, 2014, p.143).
Este escenario tensa
los postulados académicos más elitistas y de corte positivista, rompe con
tradiciones endogámicas enquistadas, interpela la institución universitaria,
desafía a la comunidad educativa, democratiza el conocimiento, propone otro
ángulo de mirada y construye otro modo de pensar y hacer universidad. A su vez,
al habilitar y acompañar el tránsito por
las experiencias universitarias para sectores que no se imaginaban este
camino como una opción posible, genera resposicionamientos subjetivos que
posibilitan la re-escritura de las propias historias singulares, y colectivas.
Si bien no
existen cifras desagregadas sobre las características específicas de la
población alojada en las cárceles, se toma como referencia los números a nivel
nacional, según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre la
Ejecución de la Pena (SNEEP), publicado en 2017. Los datos muestran que hay
alrededor de 85 mil personas detenidas en cárceles federales y provinciales de
nuestro país. La población penal en Argentina creció de manera sostenida en las
últimas dos décadas y tuvo un crecimiento pronunciado en los últimos tres años.
Al momento de ser detenidos/as, la mayoría tenía historias o estaba viviendo en
la pobreza y provenían de grupos marginalizados. El 83% estaba desempleado o
era trabajador de tiempo parcial. El 51% no tenía oficio ni profesión. En las
cárceles, el 58% no tiene trabajo remunerado. El 76% no participa de ningún
programa de capacitación laboral y el 51% no participa de programas educativos.
Sólo el 8% completó la escuela
secundaria. Alrededor de un tercio (29%) no terminó la escuela primaria. Un 3%
estudia en la Universidad.
Más allá de los
datos cuantitativos, es importante señalar que en el encierro las personas
deben padecer diferentes problemáticas que dificultan su participación en las
prácticas educativas: problemas burocráticos, escasez en la oferta educativa
formal y no formal, limitaciones en las condiciones de infraestructura y
recursos. También se encuentra restringido el acceso a las prácticas estéticas
y culturales, tanto en términos de producción como de recepción. Por tanto, la
educación resulta un derecho fundamental para las personas privadas de su
libertad y liberadas, en tanto se constituye como puerta de acceso hacia otros
derechos. Testimonio de ello es la importante convocatoria que tienen nuestras
actividades, con gran cantidad de inscriptos por cuatrimestre (más de 1200
personas) y un alto nivel de impacto en términos de las discusiones y
materiales que producen. Además, son un canal de ingreso al espacio
universitario de estudiantes que todavía no concluyeron la escuela secundaria.
En ese sentido, ante las restricciones en la inserción laboral de detenidos y
liberados, los constantes obstáculos para acceder a la oferta educativa, las
sistemáticas trabas con las que se encuentran para gozar de los otros derechos
que no deberían suspenderse por estar privados/as de la libertad, resultan
fundamentales las herramientas de formación, producción y acompañamiento que les permitan re-vincularse
con sus estudios, fortalecer sus proyectos y modos de organización
autogestivos.
Siguiendo este
campo de problemas, cabe preguntarse qué tipo de experiencia universitaria
estamos construyendo en esos contextos. Cómo contribuyen las distintas prácticas
formativas socioculturales en la construcción de un cierto tipo de experiencia
universitaria.
Según Jorge
Larrosa, la experiencia tiene lugar cuando se transforma algo de lo que somos o
sabemos:
Nuestra propia vida está llena de acontecimientos. Pero, al mismo
tiempo, casi nada nos pasa. Los sucesos de actualidad, convertidos en noticias
fragmentarias y aceleradamente caducas, no nos afectan en lo propio. Vemos el
mundo pasar ante nuestros ojos y nosotros permanecemos exteriores, ajenos,
impasibles. Consumimos libros y obras de arte, pero siempre como espectadores o
tratando de conseguir un goce intrascendente e instantáneo. Sabemos muchas
cosas, pero nosotros mismos no cambiamos con lo que sabemos. Esto sería una
relación con el conocimiento que no es experiencia puesto que no se resuelve en
la formación o la trans-formación de lo que somos (Larrosa, 2003, pp.28-29).
La experiencia
universitaria que se construye en los distintos territorios pedagógicos en el
(contra el y a pesar del) encierro, aloja experiencias de formación (Bustelo,
2017) inscriptas en la posibilidad de
lucha y resistencia por la voz, por el derecho a pensar, por la necesidad de
tomar decisiones en un contexto donde esto no es posible, por la identidad y la
memoria que nos permite mayor conciencia histórica y sentido de futuro. Así,
como enuncia Marcos Perearnau:
Los estudiantes que han transitado los grupos de talleres, quienes ya
manejan la lengua universitaria y conocen tanto sus límites como sus alcances
institucionales, se vuelven conscientes de que la transformación que se realizó
por y a través de ellos, fue posible a partir de su participación en un
proyecto común, educativo y cultural. El estudiante se reconoce a sí mismo en
un relato colectivo, defiende los valores que comparte con una comunidad y es
por lo tanto capaz de proyectarse. Es decir, ha logrado salir del estado de
emergencia constante donde quedaba como resto y objeto, para comenzar a
reconocerse como sujeto de derechos, capaz de reconocer a otros dentro del centro
universitario, como fuera del mismo cuando recupera la libertad (Perearnau,
2017, p.10).
Construimos
experiencias universitarias deseando que lo formativo sea el encuentro con las
palabras, el diálogo de saberes, el intercambio con otros y otras. Donde lo
biográfico cobre relevancia, donde incorporarse a la universidad signifique
“salir de la cárcel”, reponer derechos y entrar en diálogo con mundos
desconocidos y desafiantes, pero que nos pertenecen. En esa clave construimos
universidad en la cárcel a través de la experiencia sociocultural, comunitaria
y colectiva, siguiendo la huella de Freire:
Educar y educarse en la práctica de la libertad, es tarea de aquellos
que saben que poco saben -por esto saben que saben algo, y pueden así, llegar a
saber más-, en diálogo con aquellos que, casi siempre, piensan que nada saben,
para que éstos, transformando su pensar que nada saben en saber que poco saben,
puedan igualmente saber más (Freire, 1993, p. 25).
“Adentro vos te
acostumbras”: de las marcas del encierro
Propongo aquí
describir las características y fundamentos de nuestra práctica a través de los
espacios de formación y producción sociocultural que llevamos adelante desde el
PEC, para luego profundizar en un cruce que vertebra nuestras conceptualizaciones:
la experiencia de encierro y la experiencia de formación y producción cultural
desde una perspectiva de resistencia, interrupción o resignificación de la
situación de encierro punitivo (Bustelo 2017; Bustelo, Molina 2016; De Certeau
2007; Giroux 1992). Específicamente, me dedicaré a relatar algunas de las
resonancias subjetivas y colectivas que emergen de aquello que sucede en
ciertos dispositivos pedagógicos donde se dinamiza y convoca la palabra, poniendo
en evidencia cómo se construyen estrategias de subjetivación, orientadas a la
inclusión social de las personas privadas de su libertad, en los territorios
pedagógicos en el (contra el y a pesar del) encierro. Así mismo, quedará en
evidencia cómo estas instancias, impactan y fortalecen procesos de organización
al interior de las cárceles, constituyéndose de este modo en estrategias de
supervivencia colectiva.
Si bien se
mencionaron más arriba algunas cifras que dan cuenta del contexto socio
cultural característico de la mayoría de las personas privadas de la libertad
(antes y durante su detención), resulta útil detenerme en una variable
fundamental del contexto: las condiciones de vida en las cárceles. Las instituciones penitenciarias se
caracterizan por una serie de fenómenos conflictivos y de vulneración de
derechos: la violencia institucional, los fallecimientos por causas evitables,
las condiciones insuficientes de alojamiento, que incluyen períodos prolongados
en el encierro, condiciones deficientes de salubridad, higiene, alimento y
calefacción, además del hacinamiento[4] 3. A estas problemáticas se suman las restricciones en el acceso y el
ejercicio de derechos humanos básicos como la salud, la educación y el trabajo.
Por otro lado, no solo las políticas de asistencia a los/as liberados/as y sus
familias, a través de los patronatos y direcciones a cargo, son escasas y
defectuosas sino que estas personas
además cargan con el estigma de haber pasado por la cárcel, sufren las secuelas
del encierro y tiene serias dificultades para continuar con sus estudios,
conseguir empleo e incorporarse plenamente a la vida social en libertad. A esta
estigmatización contribuye, en gran medida, un discurso público mediático y
ligado a ciertos sectores conservadores, que identifica a estos grupos y
personas como una amenaza para la ciudadanía, restringiendo su participación en
la sociedad.
Los datos
indicados hasta aquí muestran el campo de problemáticas sobre las que el PEC
asienta su intervención. Puede especificarse también a través de los
testimonios recuperados informalmente en clases por el equipo de trabajo y, más
sistemáticamente, en los registros producidos en diversas instancias e
investigaciones en curso, tanto como en la tesis doctoral en la que este
trabajo se enmarca[5]4.
Me interesa
detenerme en cómo este campo de problemas supone efectos y deja marcas en las
personas, para poder recuperar luego el intersticio, los puntos de fuga, que
pueden acontecer a través de las experiencias de formación.
Irving Goffman realiza
una caracterización sobre las Instituciones totales, en las que:
a) todos los aspectos de la vida
se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad. b) todas las
actividades se desarrollan junto con otros. c) todas las actividades están estrictamente
programadas. d) todas las necesidades y todos los aspectos de la vida de los
internos están sometidos a un plan predeterminado (Goffman, 2004, pp.21-22).
En ese sentido,
intervenimos pedagógicamente en instituciones que se empeñan en:
Producir una reorganización total de la vida de las personas privadas de
su libertad a partir de la destrucción y reconstrucción de su subjetividad. La
regulación del tiempo, las condiciones de habitación, alimento, visita,
comunicación, y medicalización, entre otras, responden a una lógica
predeterminada con el objetivo de disciplinar y mantener el orden interno de
las unidades. Las personas privadas de su libertad, dejan de tomar decisiones
acerca de sus propias vidas: no está a su alcance decidir lo que comen, ni a
qué hora, ni dónde duermen, ni con quién, ni de qué desean trabajar, ni en qué
condiciones, ni lo que harán mañana, ni ninguna otra cosa (Bustelo, 2017, p.
61).
Esto último, sumado al vínculo frágil e interrumpido con el mundo
exterior, tiene para la vida adulta serias consecuencias. Rodolfo “Cacho”
Rodríguez, sociólogo recibido en el CUD, pasó veintidós años preso, en
distintos momentos de su vida. Su historia de formación, es una de las cinco
que reconstruí para mi tesis doctoral.
Su testimonio da cuenta, entre otras cosas, de los efectos que vengo
relatando:
Todos coincidiríamos en que la vida en el encierro infantiliza, hace
retroceder a las personas, despersonaliza, fragmenta la personalidad, te hace
pelota. Pero además te genera una dependencia de la cual por ahí vos no sos
consciente, pero mientras vos estás preso no pagás la luz, no pagás el gas, no
pagás el teléfono, la comida mal que mal la tenés, el agua la tenés, el techo
lo tenés. Y cuando vos pusiste un pie en la calle, todo eso se te viene encima,
eso hace que la gente reincida no importa si tenés un título de sociólogo, de
jardinero, de plomero o de “tarjetas españolas” bajo el brazo (Bustelo, 2017,
p. 116).
Liliana Cabrera, poeta e integrante de la organización YoNoFui que
trabaja con mujeres privadas de su libertad y liberadas, construye un relato
similar en torno a la salida, poniendo en evidencia cómo la cárcel entorpece la
posibilidad de proyectarse y resolver conflictos adentro y afuera. Así, la
libertad (paradójicamente) genera un estado de ansiedad y contradicción:
No me puse contenta te soy sincera, me agarró pánico, porque yo tenía
que resolver ya algo que había pensado para seis meses después y que tampoco
tenía idea de cómo iba a resolver porque la familia que no tenía no la iba a
inventar en ese momento, trabajo... ¿de dónde saco?, ¿a dónde voy? porque
adentro vos te acostumbras, a esa vida te acostumbras (Bustelo, 2017. p.100).
Es fundamental
pensar la educación en contextos de encierro en esa clave: teniendo en cuenta
que está inscripta en una maquinaria que infantiliza y ubica a la persona
privada de su libertad en un lugar de tutela y minoridad, de dependencia,
quitándole cotidianamente su poder de voluntad, de decisión sobre su cuerpo,
sobre su tiempo, sobre sí mismo. Construir procesos de autonomía y
responsabilización en un espacio donde la vida está sofocada de regulaciones (todo
debe estar autorizado por el Servicio Penitenciario, jefes de módulos,
celadores cercanos, o por los jueces que administran sus condenas, entre otros)
y no hay lugar para la toma de decisiones, es una tarea prácticamente
imposible. El encierro punitivo, que no contempla la privacidad ni el silencio;
que no conoce de decisiones personales, proyectos de vida y voluntades
cotidianas, apunta directamente sobre el mundo sensible y singular de cada
persona.
Parte de este
diagnóstico fundamenta también la necesidad de construir y reforzar canales y
discursos alternativos para minimizar estos efectos, fortalecer estrategias de
subjetivación que posibiliten armar otros vínculos allí para la generación de
redes, para la producción de argumentos y palabras que permitan leer el mundo,
decir el mundo, y participar en los debates de la agenda pública que diseña e
implementa políticas penitenciarias. Es desde allí, que las actividades
educativas, artísticas y culturales realizadas intramuros, que responden a la
necesidad de dar a conocer y visibilizar las situaciones que se viven dentro de
la cárcel y generar oportunidades para confrontarlas, creando alternativas más
allá de la lógica punitiva del encierro, cobran especial relevancia.
Las siguientes
páginas no desconocerán las arbitrariedades, las prácticas absurdas, abusivas y
violentas, las sanciones, requisas, burocracias, efectos y marcas del encierro,
las celdas de castigo, los traslados innecesarios, las prohibiciones,
injusticias, la violencia institucional, las chicanas; lo que les sucede a las
personas que allí adentro conviven, son maltratadas, infantilizadas,
silenciadas y negadas en su autonomía y capacidad de decisión; aquellas
personas que allí adentro esperan y desesperan. Hablará de todo ello, puesto en
juego en el cruce con la experiencia de formación (Bustelo, 2017, pp.9-10).
Narrar los fundamentos y resonancias de los talleres de formación y producción
cultural en la cárcel, es contar otra historia posible.
Hablar es
decidir: tomá la voz
Los dispositivos pedagógicos que articulan los saberes, las políticas y
experiencias de formación y producción cultural vinculados a la lectura, la
escritura y otros lenguajes artísticos se constituyen como estrategias de
subjetivación individual tendientes a la inclusión social de las personas
privadas de la libertad. Asimismo, interesa dejar en evidencia cómo estas
experiencias inscriptas en territorios pedagógicos en el encierro (Bustelo
2017), fortalecen la organización para el desarrollo comunitario en cárceles
(Bustelo y Parchuc, 2018).
Entre los años 2000 y 2015 aproximadamente, se constituyó un marco
normativo y político de acción conjunta de la educación en contextos de
encierro (Frejtman 2008), que implicó tanto el ingreso y la consolidación de las escuelas en las
cárceles federales y provinciales, como el incremento de programas
universitarios en contextos de encierro y la ampliación de la participación de
las organizaciones sociales intramuros. Estas políticas y acciones contemplan
no sólo la intervención pedagógica desde distintos ámbitos y posibilidades sino
que incluyen el reconocimiento y la defensa de los derechos humanos y la
inclusión social a través, por ejemplo, de la producción de publicaciones,
talleres de oficios y armados de cooperativas en contextos de encierro. Esto
permite evidenciar no solo el escenario de oportunidad normativo y político que
se vino construyendo, sino la capacidad y la potencia de este tipo de
actividades socio-educativas-culturales intramuros para atender a diversas
problemáticas que atañen a la sociedad en su conjunto.
A los fines de
este trabajo, quisiera detenerme en tres talleres extracurriculares específicos
de la programación del PEC. Si bien todos se dictan en los Centros
Universitarios Devoto y Ezeiza, se realizan para la población detenida en su
conjunto, y no solo para aquellos que son universitarios. Como decía más
arriba, esto hace parte de otros modos de construir experiencia universitaria,
en clave colectiva, sociocultural, y en contextos de encierro.
El Taller de
Narrativa se realiza desde el 2011. Existiendo desde los orígenes del programa,
dio pie a su formación. El Taller
Colectivo de Edición (TCE), que produce tres Revistas (La Resistencia en el
Centro Universitario Devoto alojado en el Complejo Penitenciario Federal de la
CABA; Los Monstruos Tienen Miedo en el Centro Universitario Ezeiza alojado en
Complejo Penitenciario Federal I, Desatadas en el Centro Universitario Ezeiza
alojado en el Complejo Penitenciario Federal IV). Por último, el Taller de
Radio (co-coordinado por Radio La Tribu), que surgió de un proyecto de un grupo
de estudiantes, en el marco de la Diplomatura de pregrado en Gestión sociocultural
para el Desarrollo Comunitario, que desarrollamos desde el año 2016 en el CUD.
El taller devino un programa de radio, denominado Radioculta, que sale al aire por la programación oficial de
la radio[6]5
En los tres, se
convoca a la palabra como herramienta de construcción, encuentro y (trans) formación.
Se propone la toma de la palabra, y de decisión, como toma de posición. Para
eso, se comparten herramientas, y se apela al estudiante privado de libertad
como un sujeto de derechos, un sujeto de conocimiento, un sujeto de deseo,
capaz de decidir qué quiere decir, cómo lo quiere decir, por quién le gustaría
ser leído o escuchado. De esta manera, en los talleres de narrativa se los
convoca tanto a leer como a producir textos. En el TCE se toman decisiones en
vistas a conformar una política editorial (quiénes publican, cómo se construye
el índice en cada número, qué tapa sale, qué retiraciones, con qué se ocupa la
doble página central, entre otras). Para eso, se convoca a los estudiantes a
construir entre todos y todas (docentes y participantes del taller), un
colectivo editor, que sea responsable de tomar dichas decisiones, cada
encuentro y cada cuatrimestre que la revista se publica. En el taller de radio,
se coordina colectivamente cada programa que sale al aire, eligiendo temas,
invitados/as, y organizando roles y dinámicas propias de la producción y difusión radial.
María José Rubín, docente y coordinadora del
TCE, lo relata del siguiente modo:
El TCE es, además del nombre de un curso extracurricular, un colectivo
editor. Como tal, funciona de manera conjunta y las actividades desarrolladas
en Ezeiza y en Devoto guardan una relación de parentesco entre sí: su
conceptualización y sus propuestas de trabajo en el marco de ambos talleres
surgen de reflexiones que ponen en común las problemáticas cotidianas de los
dos espacios y que, a su vez, mantienen diálogo con la historia del TCE y su
sentido original. Desde sus inicios, los equipos de coordinación (es decir,
quienes ingresamos a los penales como docentes de la Facultad para desarrollar
los cursos en los centros universitarios) han vivido ya varias generaciones de
integrantes. Permanece, sin embargo, la vocación de llevar adelante una
práctica horizontal, que permita a los compañeros inscritos en el curso tanto
como a las coordinadoras (al momento de escritura de este texto, todas mujeres)
participar en un pie de equidad de la formulación y confección de la revista,
sin por ello dejar de atender a los límites de estas posibilidades. Estos
límites están dados por diversos factores. Uno de ellos es, sin duda, “dónde
estamos”, la institución penitenciaria que nos enmarca y las muchas
implicancias que esto conlleva (Rubin, 2019, p. s/f)
El pasaje de ser estudiante de un taller a transformarse en un colectivo
editor, convoca la toma de decisiones, e interpela la responsabilidad de todas
las personas que intervienen en aquello que se establece. A esto se suma la
posibilidad de ser autor/a, ser publicado/a en la revista, o “salir al aire”.
Esta instancia les permite ubicarse en la escena desde su propia voz, como
personas posicionadas sobre una temática, que los/las convoca y los/las invita
a “decir algo”. Como afirma Rubin:
Una de nuestras herramientas principales para convocar nuevos
integrantes es la propia revista impresa. Los itinerarios que describe, de mano
en mano, al interior de la institución carcelaria, permiten que muchos lectores
se interesen en la posibilidad de convertirse en participantes activos. Las
revistas impresas nos permiten incluso trascender las paredes de los penales en
los que desarrollamos las instancias del Taller y recibir colaboraciones de
compañeros y compañeras que se encuentran en otros penales o que están en
libertad (Rubin, 2019, s/p).
En palabras de
Lucas Adur, Luciana De Mello y María Elvira Woinilowicz, docentes del Taller de
Narrativa, también acontece un movimiento que transita entre lo singular y lo
colectivo:
Podríamos pensar cualquier instancia de lectura como un acto íntimo de
comunicación, un encuentro que cruza al lector con el cuerpo del relato, con el
autor y su contexto, donde no solo se pone en juego el cúmulo de lecturas en
tanto textos leídos, sino que también está ahí la propia experiencia de lectura
del mundo como una herramienta fundamental, en permanente uso y expansión. En
principio, la idea que le dio origen al Taller de Narrativa del Centro
Universitario Devoto (CUD) fue hacer colectiva esta actividad íntima (Adur, De
Mello y Woinilowicz, 2016, p.111)
A estos
testimonios de docentes, podemos sumar
un conjunto de trabajos que se preguntan por los efectos simbólicos de
la lectura, la escritura y otras prácticas y experiencias artísticas,
educativas y culturales, sobre los sujetos y las instituciones que los
mantienen encerrados: cómo actúan produciendo reposicionamientos subjetivos,
trastocando escenas y situaciones, a partir del trabajo con la literatura y
otros lenguajes, técnicas o formas de organización (Bustelo 2017; Petit, 2003;
Perearnau 2017;Trucco y Pansera 2016). Podríamos partir de las discusiones sobre
la construcción del “delincuente” y su productividad social (Foucault 1991;
Garland 2005; Goffman 2004; Wacquant 2004; Zaffaroni 2006). O su
problematización y contrapunto cuando quienes son interpelados por estas
representaciones logran realizar otras construcciones de sí mismos (Butler
2009, 2004, 1993) o, imaginar
(inscriptos en otras condiciones de producción del discurso y la escucha)
“mundos de transformación colectiva” (Delfino y Parchuc 2017, p.109). En esta
línea, podríamos preguntarnos qué tipo de dispositivos configuran relaciones y
procesos de exclusión y cuáles, al propiciar herramientas y construir otros
marcos de acción para la producción y circulación de los saberes, dan margen
(Parchuc, 2014b), abren posibilidades y crean nuevos horizontes y oportunidades
de inclusión, para leer y decir el mundo, para leer el propio mundo, para decir
la palabra propia (Freire, 2010). Asimismo, cabe destacar cómo estos
dispositivos pedagógicos en cárceles, facilitan en muchos casos la continuidad
o terminalidad de los trayectos educativos escolares. Esta población suele
estar signada por trayectorias escolares interrumpidas, fragmentadas, dañadas.
Los dispositivos pedagógicos permiten a su vez, no sólo facilitar el acceso y
continuidad de los recorridos escolares, sino incorporar una serie de prácticas,
discursos y saberes de la vida académica, que pueden ser puerta de ingreso a
una carrera universitaria intramuros, y posibilidad de continuidad una vez
obtenidas la libertad.
Siguiendo esta
línea argumental, las experiencias socioculturales en la cárcel y en espacios
de vulneración social, muchas veces crean oportunidades para la recuperación de
la palabra, habilitando otras identidades o versiones de la propia historia, a
contrapelo de las que prevalecen en medios hegemónicos sentencia e informes
criminológicos (Frejtman y Herrera, 2010). Ese movimiento no trata de eludir o
negar la responsabilidad (Segato 2003), sino que abre un espacio para volver a
narrar la (auto)biografía en un sentido distinto al supuesto destino fijado por
la condena; posibilitando la (re)escritura de la historia individual y
colectiva. Como mencioné más arriba, se habilita también un reposicionamiento
subjetivo, en tanto la persona privada de su libertad pasa a ser un/a
estudiante, y desde ese lugar, un/a autor/a. Así, se asiste a un movimiento, un
tránsito, un pasaje que tiene implicancias tanto singulares como colectivas, ya
que permiten dinamizar los vínculos que se construyen y sostienen intramuros
tanto como desdibujar las dinámicas y roles propios del contexto. Esto impacta
de lleno en los procesos de organización colectiva para ejercer sus derechos y
mejorar sus condiciones de vida. En definitiva, se reivindica las posibilidades
que abren las experiencias socioculturales para desmontar estigmas y producir
herramientas que abran horizontes, permitan imaginar otros mundos posibles y
exploren formas de pensar la vida en común y construir comunidad (Williams,
2001, pp. 262-275). Compartimos con Parchuc que:
Sin duda, la palabra tiene un valor diferencial dentro de la cárcel. Llena
expedientes, legajos y oficios. Atraviesa los muros en forma de
correspondencia, se graba en las paredes, circula como rumor (la bemba), pasa
de mano en mano, vuela o se descuelga de una ventana a otra como paloma. Define
sanciones y condenas y puede usarse para insultar y verduguear. Pero también es
una herramienta creativa y de resistencias, e incluso puede llegar a ser un
medio de inclusión. La escritura en la cárcel es una “bocanada” (Domenech y
Nazar Ondas de Hiroshima: 5) o al menos un “cacho de libertad” (María Medrano
Yo no fui: 9) (Parchuc, 2014, p.75).
Los y las propias estudiantes privadas de la libertad dejan ver en sus
escritos esta misma constelación de ideas que Parchuc reúne y conceptualiza. Liliana
Cabrera también afirma que la escritura le posibilitó procesos subjetivos que
tuvo efectos en su cuerpo, en su lenguaje, y en su forma de ver la vida. Ella
cuenta cómo logró tramitar su tartamudeo, rearmar su identidad y construir
comunidad, a través de la
escritura:
La primera vez que fui había un grupo que escribía bárbaro. Yo era muy
tímida, tartamudeaba y no había escrito nada de poesía. Habían dado un
disparador, yo escuché y había que traerlo para la próxima semana. Había que
escribir sobre un ambiente, sobre un lugar. Y escribí un poema que ahora figura
en Obligado Tic Tac[7]6, yo escribí sobre el pabellón comunitario, el
de ingreso, el 17. Y cuando las compañeras lo comentaban, no es que había mala
onda, era la dinámica del taller, pero uno no está acostumbrado, y me hacían
sugerencias y yo pensaba que nos les había gustado. O por ejemplo, no quería
leer yo y se los daba a una compañera para que las lea, porque me daba
vergüenza el tartamudeo. Hasta que a medida que fue pasando el tiempo me di cuenta
que no pasaba nada, que ya las conocía. Y de hecho empecé a no tartamudear
tanto. La escritura entre otras cosas me ayudó a eso (Bustelo, 2017, pp. 87-88).
En un taller de literatura de uno de los CSRC de la CABA también
organizado en el marco del PEC, se construyó un poema colectivo que proponía la
siguiente pregunta ¿Por qué escribimos?:
Porque con la literatura puedo inventar otra realidad.
Porque aprendo más cosas: aprendo a leer, aprendo a escribir.
Porque me relajo.
Porque el día de mañana le puedo enseñar a mis hijos.
Porque tenemos muchas preguntas para hacernos.
Con idéntica consigna, se construyó en el CUD en el marco del taller de
narrativa, el siguiente poema colectivo:
Por qué escribimos
si quizás nadie lo lea
o quizás nadie lo escuche.
Por qué escribimos si nuestra profesión
capaz no sea ser escritores.
¿Escribimos porque resulta más fácil que decirlo?
¿Porque tenemos alma de poeta?
¿Porque nos gusta escribir?
Porque la memoria y el futuro
Porque hay tiempo y no
Porque estamos juntos
Porque estamos solos
Para que algo quede.
Escribimos para que los recuerdos no se pierdan en la memoria,
para que no se escondan en el tiempo
para que vivan en la historia
Escribimos porque es barato
y seguimos escribiendo por obstinación,
por no dejar de lado para siempre los mundos soñados.
Escribimos para que la vida duela menos.
Escribimos porque estamos enfermxs de soledad, por egoísmo.
Escribimos para establecer un vínculo al futuro
Para sentir que podemos decir algo, que tenemos algo para decir
Algo bello, algo fatal, algo extraordinario
Para pensar que no existe la muerte
Escribimos porque duele menos que clavarse la birome en la piel
Escribimos porque nada bueno se puede hacer con la tristeza,
salvo, quizás, escribir poemas[8]7.
En este sentido
sugiero pensar los talleres de formación y producción cultural que dan lugar a
experiencias de formación, como experiencias vitales. En estos espacios se
proponen otras lógicas, donde la escritura, la lectura, la producción y
difusión son entendidas en términos de reposicionamientos subjetivos que
fortalecen procesos de organización colectiva. Donde la práctica formativa se
funde y sustenta en el encuentro, en la construcción de un nosotros que
co-forma un espacio. Donde el diálogo de saberes se constituye como parte
fundamental. Donde la decisión del otro y del colectivo importa, tiene un peso,
arma trama y construye relato de un territorio.
Podemos escribir
para nosotros, para no olvidar, para no tartamudear, para hacernos preguntas, o
simplemente para relajarnos. Pero también podemos escribir en colectivo, para
publicar y visibilizar, para fortalecer(nos), aprender (nos), conocer(nos) y
reconocer(nos). Podemos escribir y hablar en un micrófono para que nos escuchen
nuestros seres queridos, o para que nos escuche gente que no imaginamos. Para
generar empatía o para escandalizar. Para ser protagonistas, o héroes
colectivos. Podemos escribir, publicar, hablar, en soledad. O podemos hacerlo
en colectivo, para construir un relato
en y sobre el territorio, o simplemente para que la cárcel, duela menos. Esa es
la propuesta y sustento epistemo-político de los talleres de formación y
producción cultural que llevamos adelante desde el PEC.
Palabras finales:
la imaginación no se negocia
En este trabajo
me propuse describir y analizar la propuesta formativa del PEC en tanto
dispositivo pedagógico de formación y producción cultural. En ese sentido, puse
a disposición el marco teórico, político
y pedagógico desde el que pensamos la construcción de esta experiencia de
extensión universitaria tan peculiar. Y los fundamentos, prácticas y
resonancias de los talleres pensados como experiencias de formación donde se
habilitan procesos de construcción de conocimiento de sí, y conocimiento
colectivo. En ese sentido, podemos afirmar que los talleres son espacios
epistémicos, con efectos resonantes, que dejan huella sobre todas las personas
que allí participamos. Que incide sobre nuestro sistema de creencia sobre lo
que somos, sabemos y hacemos. Como señalé en la tesis doctoral:
Es posible indicar que los Centros Universitarios Devoto y Ezeiza se
constituyen como territorios pedagógicos que propician no sólo experiencias de
aprendizaje y prácticas universitarias, tendientes a construir “marcas
universitarias” y “subjetividad de estudiantes” sino experiencias de formación
intelectual, reflexiva, política, artística y colectiva que atentan e intentan
suspender momentáneamente, o bien, poner entre dicho, el encierro punitivo. El
CUD y el CUE son además de centros de formación, usinas de producción artística
y cultural (Bustelo, 2017, p. 211).
Tanto las revistas, los textos y libros publicados[9]8, como el programa de radio, producen hechos
socio-culturales, arman redes políticas-afectivas y construyen puentes
integradores (adentro/afuera, ahora/después). Así, desde los talleres que los
contienen, se anclan y hacen de sus espacios territorios pedagógicos en el
(contra él y a pesar del) encierro (Bustelo, 2017). A su vez, sostienen la
construcción de otro tipo de
experiencias universitarias, ligadas a la formación y la producción
sociocultural donde lo formativo es lo
común, el encuentro, lo que allí sucede entre quienes co-forman el espacio.
Donde se reivindica la pregunta, el aprendizaje colectivo, la problematización
acerca del saber y de las prácticas académicas. Y para ello, para construir
experiencias vitales, que disloquen certezas, que conmuevan biografías y
permitan reescribirlas, se necesita decidir el lenguaje. El lenguaje permite
interrogarnos y poner en cuestión la realidad. Como afirmaba Liliana Bodoc en
una conferencia denominada “La literatura en los tiempos del oprobio”9.[10]
Hablar es decidir, es imposible que no haya decisión en el acto de
hablar. Si nosotros no decidimos, va a decidir el pensamiento hegemónico. Si
como personas desestimamos la importancia de decidir nuestra palabra va a
hablar por nosotros el pensamiento hegemónico y entonces vamos a decir: “algo
habrán hecho”, “quién la mandó a usar minifalda”, “los maestros tienen tres
meses de vacaciones”, “no son treintamil”. Decidir el lenguaje es decidir lo
que somos y lo que hacemos. En estos tiempos donde hay un ataque casi de
ficción contra la educación plural y sensible, contra la gracia y la ternura.
Nos toca decidir el lenguaje y ejercerlo con el mayor coraje (Bodoc, 2017, s/p).
Estela
Quintar lo define como:
La posibilidad de promover sujetos autónomos, potentes, capaces de
extender las alas de la imaginación para saber que sí es posible cambiar las
propias circunstancias y las de la comunidad en la que se desarrolla, es una
opción de trabajo constante. Es, de alguna manera, asumir la conciencia
histórica como derecho y deber. (...) El gran desafío es, justamente, la lucha
por el significado, por nombrar lo no nombrado y generar permanentemente
alternativas que nos permitan no negociar ni la mirada ni la voz ni la imaginación
radical. (Salcedo, 2009, p.124)
Si estos
dispositivos pedagógicos permiten decidir, al menos, el lenguaje: ¿Qué le pasa
al sujeto con esa decisión? ¿Y con la decisión colectiva? ¿Qué puede movilizar,
mover, desarmar, corromper, conocer, estructurar, aprender, desear, transformar
en ese proceso de formación y
producción? ¿Qué aprendió en el taller? Compartir y construir en
colectivo instala una dinámica grupal, circular, en la que el otro no es enemigo
y mi forma de mirarlo, pensarlo, nombrarlo y compartir con él, resonará en mi
forma de mirar la humanidad y vincularme con ella, y con el mundo. El mundo no
es así una cosa externa, los otros y las otras no son una amenaza, los saberes no enajenan y cosifican, sino que
arman trama y comunidad. Y en eso, la palabra política, la palabra pedagógica,
la palabra decidida, tiene un rol fundamental.
Decidir el
lenguaje es tomar la palabra, para leer el mundo y poder decir el mundo con la
palabra propia, con la palabra que comunica, que abre, la que está ahí
(silenciosa o verborrágica) y la que
emerge del encuentro. Decidir el lenguaje no sólo para decidir algo en
un contexto donde no se puede decidir nada, sino para decidir lo primordial, lo
que nos constituye como seres humanos, lo que nos permite relatarnos. Decidir
el lenguaje para poder contarle a las familias de qué se trata esa nueva
experiencia que están transitando con la universidad, para poder defenderse
ante el juez, para poder narrar lo que aprendieron e invitar a otros compañeros
al CUD y al CUE, para no sentirse tan solos, tan solas, para encontrarse en esa
palabra propia y colectiva. Decidir el lenguaje para que no digan otros por
nosotros/as, para describir ese espacio que no es la cárcel, pero tampoco es
puramente la universidad, para transitar sus intersticio y poder nombrarlo.
Para escribir desde el primer día, escribir como opción, escribir para no
olvidar, y en definitiva así, transformar espacios, identidades y re-escribir
historias. La propia y la colectiva.
Referencias
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[1] *Doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad
de Buenos Aires. Licenciado en Ciencias de la educación (FFyL-UBA). Becaria
post-doctoral de CONICET. Es Coordinadora pedagógica y docente del Programa de
Extensión en Cárceles (SEUBE-FFyL-UBA). Integrante de la Cátedra de Educación
de Jóvenes y Adultos de la carrera de Ciencias de la Educación (FFyL-UBA) a
cargo de la Dra. Lidia Rodriguez y la Dra. Esther Levy. Integra el
Proyecto UBACyT: “Escribir
en la cárcel: intervenciones con la literatura y otras formas de arte y organización”,
que dirige el Dr. Juan Pablo Parchuc. Co-dirige el UBANEX: “Prácticas y acciones socioeducativas y
culturales en contextos de encierro: derechos e inclusión de personas privadas
de libertad y liberadas”. Forma parte del comité organizador del Encuentro
Nacional de Escritura en la Cárcel. Fue coordinadora de distintos espacios
educativos y culturales en contextos de encierro. Escribió y publicó artículos
sobre la temática.
[2]1 La Diplomatura supone un
trayecto formativo anual, en el que puedan participar estudiantes
universitarios y no universitarios, que
otorga un diploma y les posibilita adquirir herramientas para sobrevivir en “el
afuera” y fortalecer proyectos colectivos.
2[3] El programa UBA XXII depende de la Universidad de Buenos Aires, y dicta
carreras de grado y actividades de Extensión en establecimientos del Servicio
Penitenciario Federal desde el año 1985.
[4]3 CFR. Registros e informes de la Procuración
Penitenciaria de la Nación, el Comité contra la Tortura de la Comisión
Provincial por la Memoria y la Procuración de la Violencia Institucional del
Ministerio Público.
[5]4 Las investigaciones a las que hago referencia están reunidas en los Proyectos UBACyT: “Escribir en la cárcel: teoría, marcos, acciones” (Programación Científica 2016), “Escribir en la cárcel: intervenciones con la literatura y otras formas de arte y organización” (Programación Científica 2018) y “Escribir en la cárcel: lenguas, políticas y comunidad”, presentado recientemente para la Programación Científica 2020. Este trabajo se enmarca en mi tesis doctoral: “Experiencias de formación en contextos de encierro: un abordaje pedagógico desde la perspectiva narrativa y (auto) biográfica” Dirigida por los el Dr. Daniel Suárez y co-dirigida por el Dr. Juan Pablo Parchuc. Puede encontrarse en el Repositorio Digital de la FFyL-UBA. http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/4363
[6] 5 FM La Tribu es un colectivo de comunicación alternativa. El programa
Radioculta se emite los días Jueves a las 23.59 hs. Cada episodio se sube a
https://www.facebook.com/radioculta/ y Spotify, entre otros soportes.
[7]6 Liliana Cabrera escribió tres
libros mientras estaba detenida en la U.31: Obligado Tic Tac, Bancame y Punto y
Tu nombre escrito en tinta china.
7[8]
Esta es una versión abreviada del poema, que fue grabado por Liliana Herrero
para el IV Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel:
https://www.facebook.com/escrituraenlacarcel/videos/1996996167252313/ (última
consulta: 15/8/19)
8[9] Las Revistas que mencionamos son las producidas por
el TCE. Los libros publicados: Ninguna Calle Termina en la Esquina, surgido del
taller de narrativa del CUD. Expresos Literarios: antología de jóvenes
escritores en contextos de encierro, surgido del taller de literatura en el
CSRC Manuel Belgrano y los libros publicados por WK, a través de la editorial
Tren en Movimiento y la colaboración de la FFyL-UBA: 79, el ladrón que escribe
poesías, 118, y 48 el muerto que escribe cuentos.
9[10] La conferencia:
“La literatura en tiempos del oprobio” dictada por Liliana Bodoc, fue Conferencia de apertura de las XVII Jornadas "La literatura y la
escuela" de Jitanjáfora ONG. Mar del Plata, 7 de abril de 2017. Puede
encontrarse en: https://www.youtube.com/watch?v=qsZ1S1iSBSA (última consulta: 15/8/19)