TRAS LAS HUELLAS DEL ARTE
INFANTIL
Margarita María
Zapata Gutiérrez[*]
Universidad de
Baja California, México
mmaria.zapata@udea.edu.co
Recibido: 7/09/2018 Aceptado: 8/01/2019
Resumen
Tras las huellas del arte infantil, presenta un análisis estético en
donde a partir de un horizonte de antropologización,
se rescata el arte infantil como aisthesis. Desde esta perspectiva, en el primer apartado se
examina el dibujo como lenguaje semiótico cuyos signos, índices y registros,
remiten a un proceder estético que instaura sentido en el mismo acto de crear
grafías, rescatando la indexicalidad del dibujo
infantil, y su sentido como lenguaje autónomo del lenguaje. En el segundo
apartado, pasando al análisis de la obra infantil desde la Estética Simbólica,
el arte de los niños como lenguaje simbólico, remite a un significante no
necesariamente consciente; presentando algo que no está, materializado a través
de la pintura, como vehículo de inscripción simbólica. En el último apartado,
se opta por un análisis del arte infantil desde la Estética Expandida, en donde
a partir de la aisthesis, el arte es de todo y para
todos, incluyendo el arte de los niños y jóvenes.
Palabras clave: Educación
- Estética - Infantiles - Dibujos – Niño.
Abstract
In the footsteps of children's art, he presents an
aesthetic analysis where, from an anthropologis
horizon, where children's art is rescued as aisthesis; From this perspective,
in the first section examines drawing as a semiotic language whose signs,
indexes and registers, refer to an aesthetic procedure that establishes meaning
in the very act of creating paint seame, rescuing the
indexicality of children's drawing, and its meaning as a language autonomous.
In the second section, moving on to the analysis of children's work from the
symbolic aesthetic, children's art as a symbolic language refers to a signifier
that is not necessarily conscious; presenting something that is not,
materialized through painting, as a symbolic inscription vehicle. In the last
section. opting for an analysis of children's art from the expanded aesthetic,
where to from the aisthesis, art is everything and for everyone,
including the art of children and youth.
Keywords: Education - Aesthetics - Children - Drawings – Child.
Introducción
Un horizonte antropológico no es un
límite; por el contario tiene como fin la expansión de la experiencia, que, en
las ciencias, a finales del siglo XIX,
trazaría una
vía metodológica para acceder a la observación de la humanidad en sus
orígenes, lo que ayudaría a refundar las bases de las eternas verdades a priori, ahora relativas y humanas.
Pero ¿cuáles son las concepciones estéticas del arte infantil en este
horizonte? Esta pregunta, necesariamente nos lleva a explorar el origen
antropológico del arte, donde fungen el arte
y su trasmisión,
como continuum en la experiencia del hombre
prehistórico, en donde expresión y mano toman forma a través de la inscripción
y su transferencia cultural. Huellas, trazos, que encarnan sentido; “formas
simbólicas” que crean mundo, tejiendo universos culturales y singulares
diversos. Grafías, índices, signos, que como unidad antropológica configurarán un nuevo lenguaje de signos
expresivos llamado “arte”, distinto y autónomo del lenguaje como lengua. Así,
el arte en su retorno al origen, es capacidad innata de todas las personas, incluidos
niños, pre, y adolescentes.
El arte infantil, es pues un lenguaje
expresivo que, en su praxis cultural, ha sido condicionado por el sistema, las concepciones,
prácticas y discursos del arte y la pedagogía, siendo en consecuencia, privilegio
de varones, altas elites y dotados hasta el siglo XIX, época en donde el dibujo
como enseñanza de las artes plásticas, empezará a formar parte de la educación
popular, a través de la Escuela Nueva, tras el impulso de estudios sobre el
niño, su dibujo y su desarrollo artístico que se venían generando, y que
aportaron progresivamente a la constitución de un nuevo campo de conceptualización,
saber, y análisis de la enseñanza de las artes. Sin embargo, a pesar del auge del
estudio del arte infantil, desde la psicología, la pedagogía y más
contemporáneamente la semiología, es evidente que, aún en el siglo XXI, es un terreno
de análisis olvidado en el ámbito de la filosofía estética.
Este artículo es un enfoque entre otros
posibles que, apoyado en la “transducción” como método interpretativo, elabora una
transferencia de concepciones filosóficas de la estética contemporánea hacia el
arte infantil, en cuyas singularidades deviene sentido como arte. Esto supone desarmar
las teorías, extraer significantes, y ponerlos a resignificar en el análisis
estético del arte de los niños, pre y adolescentes, específicamente enfocándonos
en la expresión gráfico plástica.
No necesariamente en el orden de estas ideas,
en el primer apartado, analizamos el Horizonte
del arte infantil como lenguaje semiótico, apoyados por la transducción de
concepciones de autores como Salabert (2003), Pierce
(1987), Simón Marchan Fiz (1987), y Montoya (2008). En el Segundo apartado Horizonte del arte infantil como lenguaje
simbólico, se retoman y recontextualizan, los conceptos de Saussure (2008),
Cassirer (1945), Pardo (1992), y Gadamer (1991) entre otros. En el último
apartado: La Estética Expandida como
horizonte estético del arte infantil, nos guiamos especialmente por Jairo
Montoya, filósofo que plantea la concepción de las estéticas: Restringida, Imbricada, Expandida, Semiótica
y Simbólica, como nuevos ámbitos de recontextualización y reinterpretación de
la filosófica estética a partir del giro lingüístico. Ámbitos entre los cuales
se fundamenta nuestra perspectiva estética del arte infantil.
Horizonte del arte infantil como
lenguaje semiótico
La Estética Semiótica, es un análisis estético, ubicado en un ámbito de
interpretación del arte, como lenguaje de signos expresivos (índices, rastros,
manchas…) que es autónomo del lenguaje como lengua, reinterpretando las teorías
de la semiótica y la semiología, desde las cuales se puede resignificar además
el arte de los niños, hasta ahora objeto de interrogación de pedagogos,
artistas y psicólogos. La Estética Semiótica, parte de la concepción de
estética como expresión de la sensibilidad, o aisthesis, y el arte es una manifestación humana innata desde la infancia. Desde
allí, el arte infantil, constituye un lenguaje expresivo, cuyos signos artísticos
(huellas, grafos, colores, etc.) conservan la aisthesis
como unidad antropológica; y la diversidad de significantes que despliega como
lenguaje expresivo, es decodificable e interpretable, gracias a su polisemia
como signo.
Sin embargo, para lograr transitar y comprender esta interpretación,
hay que viajar sin la vieja tradición estética, restringida al gran arte, las
grandes obras y los grandes artistas, que renunciaron a la aisthesis, en búsqueda de un significado
históricamente trascendente. Alivianados de la carga de su hegemonía,
adentrémonos en la evolución biológica propuesta por Darwin, que planteó un
nuevo paradigma que paulatinamente posibilitó nuevas lecturas en todos los
campos de las ciencias humanas en el siglo XIX. Uno de estos caminos lo abrió Leroi Gourhan (1971), cuando
descubrió la sorprendente evolución de la cara (en expresión y lenguaje) y de
la mano (en útil y oficio), resultado de los cambios de percepción de los
homínidos al ponerse de pie, desarrollar un cerebro complejo y desplazar el
olfato y el gusto, por la vista y el oído, mudando a una mano prensil que
elaboró herramientas, impulsando a la humanidad más allá del horizonte del
suelo.
Según Ceballos (2006), la propuesta de Gourhan, se basa en la evolución mental, asociada a lo
social y el lenguaje, en tanto que al erguirse, el hombre privilegia la vista y
el oído como órganos que se conectan con lo externo (ver, escuchar, percibir,
pensar) sobre el gusto y el olfato como órganos internos que se conectan al interior junto con la mano. La mano se especializa
dejando su función de desplazamiento y aprehensión, hallando la función
útil (hacer, objeto) y la cara la función expresión (expresión, lenguaje,
pensamiento,). La mano dará origen al sistema técnico y la cara al sistema
verbal. De acuerdo a Ceballos, todo ello unido a la transformación del lenguaje
organizando sonidos, gestos expresivos, darán en consecuencia la posibilidad de
concebir símbolos también expresivos, y su transformación en comunicación
gráfica. Los instrumentos de simbolización (mano, cuerpo, cara) y los de
lectura simbólica (oídos, ojos, gusto, tacto, olfato) dan origen a una lectura
totalizante que llamaremos estética, que se configura desde la relación evolutiva
entre mano-cara, y útil-lenguaje.
Tal revisión filogenética y de la percepción sensorial como fuente
primordial de la expresión humana, colocaron a la estética en el horizonte
antropológico desde donde todas las formas de sensibilidad estética como capacidad
inherente del hombre, están al mismo nivel y lugar, hasta ahora reservado al
arte. Esta visión unida a los estudios de Saussure (2008), cuyo encuentro de
los elementales del lenguaje en la base antropológica del hombre y su
fisiología, pusieron de relieve la importancia de la cultura en la
significación del lenguaje y del arte. Tal idea la encontramos en el concepto
de Dutton:
…el ámbito de las
lenguas naturales se parece al campo del arte cuando se considera en su
vertiente intercultural: ambos muestran un intercambio entre las estructuras
profundas innatas y los mecanismos de la vida emocional, por un lado y un vasto
océano de material cultural condicionado por la historia (Dutton,
2010, p. 51).
Abierto pues este horizonte estético, no hay un arte por encima del
otro, y todas sus prácticas son manifestaciones estéticas, que coexisten con
otras formas de exterioridad. Desde esta perspectiva, el arte no se reduce a
estilos, expandiéndose a todas las expresiones artísticas, incluyendo aquellas en donde los límites entre el objeto y la realidad se han borrado, fragmentado o tensionado, y también aquellas en donde el
artista busca la referencialidad del objeto; además de otras en donde la
expresión se ha amalgamado con sus formas de contenido, porque “el signo icónico no se reduce simplemente a
una imagen o a la realidad, ni el iconismo visual es
un dispositivo para la ilusión óptica” (Salabert,
2003, s/p).
En este sentido, en la comprensión semiótica del arte de los niños, el
signo gráfico, como indicaría Salabert, respecto al
signo pictórico “está determinada por
el trabajo de producirlos” (Salabert, 2003,
s/p). Mediante el acto de exteriorización, la pintura de los niños es un cuerpo
de inscripciones, en donde la tríada de referentes sígnicos propuestos por
Pierce (1987), convergen: tanto el representamen
(referencia al medio), el objeto (referencia
al objeto) como el interpretante,
(referencia a la conciencia interpretante). El estilo de la pintura infantil
como aisthesis, responde al doble propósito de
referencialidad y expresión, donde la preeminencia de su indexicalidad, o huella de su gestualidad, no borra ni suprime la tríada
referencial del signo que propone Pierce, porque el niño accede a la realidad,
extrae sus formas, cualidades y posibilidades (representamen) a partir de objetos o eventos (objeto), y la materia
gráfica inscrita, es interpretable desde la psicología, la pedagogía, la
estética, o el gusto personal (consciencia interpretante).
Pero además la construcción semiótica de los signos del arte infantil
es resultado de la exegesis, es decir, de sacar afuera el interior y plasmarlo
sobre una superficie de inscripción a través de signos plásticos como registro
y huella indexical
de un ser sensible, capaz de comunicarse con un verdadero lenguaje por la
imagen. Sin embargo, según investigaciones previas (Zapata 2006, 2007, 2009, 2013)
(1), tampoco puede desconocerse que la aisthesis artística como condición innata, depende de
condiciones fisiológicas universales (filogenéticas) e individuales
(ontogenéticas y genéticas) y de condiciones psicoafectivas y socioculturales,
como estímulos del ambiente que condicionan el desarrollo artístico del niño y
sus formas de expresión.
El análisis estético del arte infantil debe nutrirse de la
investigación o el estudio de estas teorías; el arte infantil no se sostiene
como tal desde concepciones estéticas y críticas restringidas al gran arte en
cuanto a su forma, contenido o estilo; si bien el niño tiene estilo, éste es
individual y subjetivo y no obedece a ninguna convención, moda, o tendencia. “En una obra el estilo es consecuencia de
una subjetividad individuadora que se afirma en la
expresión y provoca su génesis de sentido" (Salabert,
2003, p. 14) “un estilo individuador, supone
singularidad o diferencia” (Salabert, 2003, p.
30) “Cuando la expresión es personal
nos proporciona un lenguaje que es tanto más eficaz cuanto más se afirma a sí
mismo - en cuyo momento, sin embargo, ya es estilo” (Salabert,
2003, p. 11).
Si se estudian las etapas de desarrollo artístico, se puede comprender,
por ejemplo, que el dibujo infantil inicia con una etapa abstracta, expresiva y
sin contenido referencial explícito. Sin embargo, esto no quiere decir que, en la
baja iconicidad del dibujo del niño pequeñito, no exista un proceso de
representación interna-externa, como tampoco desaparece en la obra de Kandinsky
o Pollock. El hombre es el único animal que, desde la más tierna infancia, es
capaz de espontáneamente transformar una idea en grafía. Los signos gráficos
del niño sustituyen las representaciones internas y las reconstruyen como
iconos, índices o huellas que virtualizan sus ideas, independientemente de su
semejanza con el objeto, o de su bajo nivel de consciencia, transformándolas en
símbolo gráfico al usarlos como tal, dándoles así un valor simbólico, comunicativo
y expresivo, que si bien no
se da por autonomía artística o por convención de estilo como el Arte Abstracto
de Kandinsky, o el Expresionismo Abstracto de Pollock, se da como expresión
interpretante del niño.
En términos de Salabert, la iconicidad de la
obra está vinculada a procesos prioceptivos, es
decir externos, mientras que la indicialidad
pictórica está ligada a la expresión y la percepción del propio cuerpo en el
acto mismo de pintar. “Así el cuerpo
de la expresión es un territorio, el lugar espacio-temporal de una apropiación.
Y decir forma con referencia a este cuerpo equivale a decir huella, signo de
una expresión” (Salabert,
2003, p. 167)
mientras que la referencialidad nos guía por el camino del iconismo
de lo «superficial». Por ello, la puesta en obra del arte infantil es “es todo
un juego entre un proceder semiótico y otro estético” (Salabert,
2003, p. 169), donde
confluyen lenguaje y arte como construcciones semióticas que compromete
realidades individualizadas, a la vez que procesos socio-culturales. En este
proceso de construcción semiótica de la obra infantil, convergen lo signos de
la realidad codificada en distintos niveles de consciencia según la edad, según
plantea Matthews (2002), a través de imágenes pictóricas, a las que Salabert denomina hipoíconos. El
dibujo del niño constituye entonces la virtualización del mundo, materializada
a través signos pictóricos.
Para Salabert, el artista representa en el
cuadro una substancia real (cuerpo eidético/objeto de la expresión) que abarca
la representación de entidades del mundo desde un alto grado de iconicidad,
hasta el formalismo no figurativo (Salabert, 2003). Por
ello, la obra del niño de aproximadamente dos años, representa una “materia textural”, una grafía
espontánea, huellas, índices, en fin; un trazo anicónico (bajo grado de
referencialidad) que es signo pictórico (abstracto); un cuerpo de expresión,
aunque no remita a ningún objeto. En esta etapa del dibujo, identificada generalmente
por los autores como garabato desordenado, o informe (sin forma/sin orden) que denominaremos
por su carácter textural como etapa expresiva (no figurativa o anicónica), en
donde los signos presentan una forma de contenido, y una forma de expresión disueltas
en el mismo plano; no hay distinción de cualquier sustancia, dado su falta de
referencialidad.
Sin embargo, en términos de Salabert, podemos
decir, que el signo pictórico infantil cuando es una forma de expresión ajena a
la significación, no es un signo: es una materia textural presente, es decir ¡una
cosa real!
Parece
remitir a sí mismo rechazando la referencialidad, la no-figuración quizá se
pueda hablar de una forma de expresión vinculada a una forma de contenido, que
deberíamos declarar ajena a la significación, […]. Esta es una posibilidad.
Aunque tal vez, si extremamos aún más el asunto, podríamos hablar de una
significación autónoma (una materia textural presente) y por tanto extraña a
todo contenido. Esto, finalmente, supondría la paradoja de tener que reconocer
que no estamos ante un signo sino ante una cosa real en función de ostensividad…(Salabert, 2003, p. 169).
El niño pequeñito expresa, no representa, presenta, materializa, y
“crea” una imagen real, en tanto que no imita, ni tiene la intención de representar,
presentando algo nuevo que de hecho no existía; porque sus primeros dibujos, no
tienen un significado poético en sentido estricto. No muy lejos de estos
primeros trazos indexicales, el bebé descubre que a
partir del registro de la huella del lápiz sobre una superficie de inscripción
puede crear imágenes, dando un salto cognitivo que lo preparará para la representación de ideas mentales,
tanto referidas al objeto o simbólicas (pintura) como no referidas al objeto o notacionales (escritura, matemática, música).
En la representación pictórica de niños y jóvenes predominará por la
naturaleza paulatina de su desarrollo cognitivo, el plano de la expresión,
sobre el plano de contenido, hasta llegar a invertirlos y conjugarlos. El plano
de expresión para Salabert consisten en “La expresión personal en el sentido
físico de la grafía o la texturalidad, resultado de
proyectar el sujeto en un obra su dimensión somática, mediante formas que
devienen significativas” (Salabert,
2003, p. 195); características
del dibujo infantil que han llevado a la psicología a interpretar la
personalidad, los miedos y la inteligencia del niño. No obstante, en oposición
al concepto de Salabert, en su análisis clínico, el
psicólogo no se interesa en la pintura como arte, buscando contenidos psíquicos
en los signos pictóricos, transformados en indicios cognitivos, o marcas
simbólicas, síntomas, traumas y fantasmas, somatizados a través de la pintura o
el dibujo.
Otra perspectiva pedagógica desde la semiótica, es la propuesta por Martínez
(2002), que indica:
Si estamos ante un
lenguaje, ante un sistema organizado de signos y símbolos, habrá que intentar
comprenderlo como tal. El modelo semiótico permite una aproximación fiable al
fenómeno de las construcciones iconográficas autónomas en la infancia,
atendiendo a sus funciones básicas (Martínez,
2002, s/p).
La tesis de Martínez, sin ser estética, propone aplicar un modelo lingüístico
a la obra infantil, para encontrar su sentido cultural-convencional,
codificando las estructuras visuales del dibujo, a partir de la sintáctica y la
semántica; es decir, el
significado y el sentido,
encontrando imágenes iconográficas con diferentes niveles de significación simbólico-cultural,
nexos entre sintaxis visuales, y nexos semánticos entre contenidos.
El modelo aplica las cualidades de la lengua, al lenguaje pictórico
infantil, concebido como cadenas de signos, símbolos, metáforas y metalenguajes,
con significantes culturales. En contraste, a la concepción expuesta basados en
Salabert, en el modelo de Martínez, las primeras
grafías pierden todo significado dada su aniconicidad
y su carencia de referentes semánticos. Además, las manifestaciones artísticas
de los niños no se reducen a los procesos semióticos. En los procesos asemióticos internos que propone la semiótica como lenguaje
independiente de la lengua, los signos son irreductibles a la convención
cultural, emergiendo como rastros, huellas y marcajes psíquicos casi siempre
inconscientes y ocultos, enigmas que los psicólogos han dado en llamar
fantasmas o alegorías inconscientes.
Por otra parte, los signos artísticos transformados en sintaxis,
semántica y metáforas visuales, necesitan del lenguaje para ser codificables y
decodificables. Es decir, un arte por el lenguaje. Correlato, cuya
racionalidad, desconoce su aisthesis, su indicialidad, y su sentido como experiencia estética, incapaz
de interpretar su singularidad como expresión. Apoyamos ésta idea transduciendo
las concepciones de Javier Domínguez, Simón Marchan Fiz,
y Montoya:
la
orientación de ésta metodología, apoyada en criterios de un pensamiento
cientificista y por tanto en procedimientos de interpretación reglamentable y verificable, se estrelló ante la
característica más ostensible de las obras de arte, a saber, su no univocidad,
reflejada -según el caso- en su polisemia, su equivocidad o precariedad
comunicativa" (Domínguez,
2003, p. 189) Volviendo
al papel inter-mediador […] -significante
y significado; materia y forma, según el caso- y su consecuente adecuación -obviamente pre-supuesta- vuelven a fundamentar el despliegue metafórico como rasgo
fundamental tanto del arte como del lenguaje” (Montoya
Gómez, 2008, pp., 190-191) atentando contra “la
condición matérica de la obra, a la especificidad del oficio y a la
reivindicación del ejercicio "escritural" del arte mismo” (Marchán
Fiz, 1987, pp. 190-191), hay que:
“…prestarle atención a esa característica de la obra de comunicar y mediar
sentido por sí misma. (Domínguez,
2003, pp. 190-191).
Como la obra adulta, la obra infantil, es un lenguaje gráfico capaz de
comunicar sentido por sí misma, expresando sentidos que la lengua no logra expresar
o penetrar. La inmanencia de su expresión y contenido no pueden separarse son
irreductibles -si bien en
términos lingüísticos- por su polisemia, pueden examinarse
teóricamente por separado, como caras de un mismo signo; de allí las
diferencias conceptuales que es capaz de levantar como sentido. Afirmamos esta
concepción en Arnheim (1989), que, desmitificando el
lenguaje como sinónimo de pensamiento, atribuye a la percepción, la conjunción
entre entorno (materia sígnica-simbólica) y pensamiento (abstracción
simbólica).
Para Arnheim, el pensamiento: “opera a través
de las cosas a las que se refiere el lenguaje, referentes que en sí mismos no
son verbales sino perceptivos” (Arnheim,
1989., p. 145). Desde
ésta perspectiva, “toda percepción es
simbólica” (Arnheim,
1989, p. 248) en la
medida que signos visuales, sonoros y hápticos, son materia visible, audible,
degustable, olfateable o palpable, que desencadenan
procesos sinápticos en la red de circuitos neuronales del sistema nervioso (2)
en donde toda materia perceptible es transformada en imagen, sonido, sabor,
olor, sensación; propiciando emociones, pensamientos, conexiones semióticas y asemióticas que producen relaciones simbólicas nuevas, ideas,
o refuerzan la memoria, y que exteriorizadas por medio de representaciones
gráficas notacionales o simbólicas, el cuerpo, o el
habla, salen de adentro hacia afuera como materia simbólica o semiótica, entre
otras formas de manifestarnos como humanos.
El arte de los niños no es un espejo del lenguaje; es un lenguaje
autónomo con signos que se conectan con su audiencia. De tal modo que, sin ser
complejos como los signos artísticos del arte adulto, y el gran arte, son
potentes y capaces de transmitir sentido sin intermediación de la lengua. Es
materia indexical, huella, registro, virtual que
sincretiza el desarrollo y las experiencias vitales a través de una superficie
de inscripción.
Horizonte
del arte infantil como lenguaje simbólico
La Estética Simbólica, reconstruye la
noción de arte como lenguaje simbólico, inscripción simbólica, que desde
Saussure (2008), Levy Strauss (1995), Cassirer (1945), y otros, empieza a
configurarse. Desde esta noción el arte
infantil, puede entenderse
como una huella instauradora de sentido. El estructuralismo,
demostró que el arte como expresión simbólica ya no remite a significados
unívocos, expandiéndose a la noción de sentido, y a lo simbólico como el campo
interno/externo en que se constituye, en donde el arte como lenguaje simbólico
de signos plásticos, es posible de decodificar en múltiples sentidos,
restableciendo el valor de los medios expresivos por sobre los contenidos y las
formas útiles.
De acuerdo a Pardo (1992), el estructuralismo rompe con la tradición de un lenguaje
(o unos lenguajes) donde el significado precede al signo, y está centrado en el
dominio de la totalidad de la lengua sobre sus partes, atadas a unas convenciones fijas. Saussure (2008), encuentra otra estructura simple, capaz de cobijar a todas las lenguas, donde “los
significantes se -descomponen- en elementos insignificantes” (Pardo, 1992, p. 21), contrayendo el lenguaje en simples fonemas (y morfemas)
que no tienen significado ni valor propio, encontrando el valor perdido del
signo sobre el significado, valor esencial para extraer todo sentido en la
construcción simbólica del lenguaje humano. Se trata, dice Pardo, de instaurar
la noción de sentido, de de-construir, disolver, desde el signo para ubicarnos
en el espacio de lo simbólico, porque los signos no tienen sentido, les damos
sentido.
Pareciera entonces aceptable dar por
sentado, el -sin sentido estético- de las primeras grafías del bebé (3) por convención “sin
forma ni contenido”. Sin embargo, su “significado ya está presente como un todo” (José Luis Pardo, 1992, p. 26). Atendiendo a que, los signos no tienen sentido, les damos
sentido, el sentido estético de las primeras grafías infantiles, no existe
justamente porque no se lo hemos dado. Porque “Un símbolo, se autodestruye si carece de un portador colectivo” (Debray, 2001, pp. 13-52). De allí la persistencia de su sin sentido estético, y su efectividad
simbólica en el campo de la psicología. Dicho de otra forma: el simbolismo de
la obra infantil está tanto dentro como fuera de ella, en la cultura y el
individuo que la percibe.
De tal modo que, si como sus perceptores atendemos
a la totalidad visual como el significado establecido (arte sin sentido) por
encima de los significantes que expresa (signos plásticos), es imposible su
simbolismo estético, aunque, sea simbólico en la perspectiva del psicólogo. El
niño pequeñito no declara un contenido: lo presenta, lo instaura, y no es
convencional. El discurso estético restringido al arte, no lo aprehende, no lo
alcanza y lo invalida como Platón al arte, como copia de la idea de la idea. De
tal modo que la simplicidad universal de sus unidades sígnicas no tiene
significado estético como arte, en ninguna teoría estética conocida en ésta
investigación, a excepción de la expuesta por Arnheim
(1989) en su capítulo El Desarrollo,
en Arte y percepción visual, donde
considera que el arte de los niños es la más pura forma de arte.
Apegándonos a Pardo, hay que acudir a la búsqueda del valor perdido del
signo [plástico] de la grafía infantil, como valor esencial para extraer el
sentido estético de su construcción simbólica, y devolverlo al terreno de
expresión al que pertenece, que
invita a “discernir lo simbólico del
símbolo, y desglosar el sentido de su órbita semiótica” (Debray, 2010.). Habrá que desglosarlo en la misma tradición estética,
donde "la experiencia del arte viene dada por el modo en que desvincula la
imaginación de su propósito práctico, liberándola, tal como enseña Kant, de las
limitaciones de la lógica y de la comprensión racional” (Dutton, 2010, p. 89), porque “el arte
no quiere instruir, sino conmover y la conducta adecuada frente a él no es la
actitud de la razón, sino la del sentimiento" (Hauser, 2006, p. 567); “la obra nos habla como obra, y no como portadora de un mensaje” (Alvarado, s/f., p. 86).
No obstante, la obra infantil, comunica:
“en ella misma puede encontrarse lo que ella tenga que decir” (Gadamer, 1991, s/p). Pero a diferencia
del gran arte, no responde a estilos, tendencias, mercados, o filosofías; se
soporta por sí misma en un campo simbólico que le pertenece: la pintura
infantil, cuyo lenguaje es universal, aisthesis, vehículo de inscripción, cuyos signos nos arrojan
al ámbito simbólico, es decir a la huella instauradora de sentido, donde no hay
un arte por encima de otro, y no hay evolución sino transformación.
Por ello en cada fase del dibujo infantil,
la expresión gráfica como aisthesis, tiene
el mismo sentido: la exteriorización de la sensibilidad a través de una
superficie de inscripción, en donde huellas, índices, trazas, gestos, íconos,
signos, símbolos, texturas, colores, iconos, etc., son impronta de sensibilidad,
y, "ese acto de realizar grafías,
sean palabras o trazos, constituyen la marca, la huella de lo humano"
(Montoya Gómez, 2008, p. 193). La grafía infantil es una habilidad innata, donde el niño
materializa algo, que exhibe lo que realmente ya no está. Para Montoya:
Sin esa capacidad de ‘traer a la presencia algo que no está presente’
sin ese ‘poner de manifiesto algo que no está’ no hay en rigor grafía, porque
no hay desterritorialización en ese espacio de constitución de la experiencia
humana (Montoya Gómez, 2008, p. 82).
La huella como instauradora de sentido en el arte de los
niños, es un acto simbólico en sí mismo que nada tiene que ver con el menor o
mayor grado de iconicidad (4). Como antes se indica, el niño pequeño crea, no
reproduce; presenta no representa; si bien progresivamente al crecer, carga la
obra de contenidos y encarnaciones simbólicas más complejas e intencionadas.
Para Arnheim, “aún la línea más simple expresa un
significado visible y por lo tanto es simbólica. No ofrece abstracciones
intelectuales porque no hay nada más concreto que el color, la forma y el
movimiento” (Arnheim, 1962, p. 347).
Por ello, la expresión simbólica del niño,
a través del dibujo y la pintura, no está limitada por los niveles de consciencia
o inconsciencia propias de su desarrollo, porque “la esencia de lo simbólico
consiste precisamente en que no está
referido a un fin con un significado que haya de alcanzarse
intelectualmente, sino que detenta en sí su significado” (Gadamer, 1991, p. 95) "Cifrar la creencia en el ‘logos’ […] implica como
presupuesto la determinación del ser de las cosas como presencia, y la
consiguiente exclusión de la grafía y del trazo a la exterioridad del sentido” (Montoya Gómez, 2008, p. 198) Dicho de otra manera; la función escritural del arte
infantil trae a la presencia lo imaginado, pensado, deseado, creado en su
interior, que no necesariamente implica lo conscientemente fijado, porque el
arte como el lenguaje, por sí solo no es capaz de contener el sentido de algo
por sí mismo; como el olor degustable de una imagen sonora.
Los símbolos: "transmiten siempre representaciones vivas -en el sentido de traer a la presencia-"(Jiménez, 2003; Montoya Gómez, 2008, p. 65). La lengua requiere para ello, por ejemplo,
desmaterializar el sonido a través de la representación interna/externa de
signos gráficos notacionales (sonido-imagen-grafo),
el arte infantil desmaterializa la realidad interna/externa a través de signos plásticos
(color-textura-línea-forma., etc.) El arte infantil, como la razón y el
lenguaje, no explica por sí mismo la sensación de lo salado o lo simple, lo
hermoso o feo; el niño en su condición orgánica, psíquica e incluso
étnica, y desde pequeño,
le halla gusto y sentido; por ello en su obra no sólo
exterioriza una escritura plástica, también las formas de interioridad que le
anteceden: no es puramente espontáneo.
Según Salabert, "En la génesis de una pintura, […]
hay un proceder intencional, un que-hacer que sin embargo no tiene por qué ser
idea clara, ni tan siquiera una determinación consciente" (Salabert, 2003, p. 55), pudiendo proceder de una experiencia exclusivamente
emocional:
Cuando una idea se resuelve en
un acto de «expresión» sea estético o no lo sea, es porque un acto anterior,
alguna experiencia cuya naturaleza puede ser exclusivamente emocional, ha
determinado una intencionalidad que entra en acción y elabora unos signos (Salabert, 2003, p. 56).
Por tanto, la expresión simbólica del arte infantil, aunque
no está cifrada en la convención, la exterioriza. El signo plástico como código
estético, es la impronta, la marca, la huella sensible de un ser que deviene simbólico
y crea mundo a través de la grafía. Pero, no es sólo un registro individual,
también es inscripción simbólica de un colectivo y la demora de su desterritorialización, mediante el
acto plástico creativo. Por ello a lo largo de las etapas de desarrollo artístico,
el dibujo encarna la construcción progresiva de significaciones vívidas cada
vez más complejas, que inician con la exploración del cuerpo como dispositivo
simbólico (gesto-expresión), y consecutivamente abarcan la noción como individuo
de una especie (figura), de un grupo, (familia), de un entorno cercano, (casa),
de un territorio natural (naturaleza subjetiva) como significaciones “subjetivas”
de la identidad, que serán desterritorializados por la
racionalidad impuesta por la realidad objetiva (naturaleza objetiva) hasta
problematizar el mundo (ideas-mundo) desterritorializando
lo objetivo, para exteriorizar las concepciones del mundo. De tal modo que en un
gesto que configura un trazo, un círculo que toma forma humana, hay
significaciones; el niño emite y transmite inscripciones simbólicas que arroja
al mundo como animal simbólico, encarnado a través de la obra, no sólo objetos
visuales, también ideas de sí mismo y el mundo.
La Estética
Expandida como horizonte estético del arte infantil
En el discurso de
la Estética Expandida, la estética busca un horizonte de antropologización
encontrando en la aisthesis,
la expresión de la sensibilidad humana, en donde todos podemos manifestarnos,
incluyendo los niños. Ceballos caracteriza el modelo de la siguiente forma:
Se entiende como campo expandido
del arte, el movimiento iniciado al comenzar la segunda mitad del siglo XX, con
sus raíces en las propuestas elaboradas por el artista francés Marcel Duchamp,
(1887-1968), y el movimiento Dadá en los años1920/1930. Posteriormente, una
sistematización más profunda del "campo expandido del arte" se logra
en la década de los 70s, cuando se hizo clara la crisis de la modernidad y el
arte proponía nuevos rumbos. Este campo de conocimiento aboga por un retorno a
lo fundamental de la expresión en el arte y al abandono del academicismo que lo
priva de libertad. Implica volver a las relaciones de la expresión y
producciones artísticas, con los sentidos de la percepción del hombre: los
lejanos visión y audición, y los cercanos, gusto tacto y olfato, expresados por
el cuerpo y el movimiento (Ceballos Córdoba, 2006, pp. 179-180).
En la Estética
Expandida, se comprende que, la fisiología del hombre como unidad antropológica,
arrastra una génesis filogenética y ontogenética, donde la sensibilidad como aisthesis fue clave en la constitución de la
especie; así la aisthesis como unidad estética, arrasa
con jerarquías y diferencias entre culturas y artes, y el cuerpo dispositivo
sensible y recipiente simbólico, también es materia plástica modificable por la
cultura, que lo desnaturaliza y lo arroja a sus artificios. Para Montoya, esta
es la “punta del ‘ICEBERG de lo estético’
que es donde ‘el arte’ tiene toda su fundamentación" (Montoya Gómez, 2008, p. 249).
En este horizonte
expandido, el arte como expresión propia del hombre es una práctica donde
colectivos e individuos, tienen sus propias formas de inscripción de la
sensibilidad, que sitúan las prácticas artísticas en escenarios sociales y
campos simbólicos distintos. La Estética Expandida, por tanto, libera la
estética de su restricción al arte, pero no lo excluye, ni a sus grandes
discursos, e incluye el arte de los niños, como práctica social, si bien no lo
expresa ni lo incluye en sus teorías. Ésta propone en síntesis una expansión de
la estética sin las viejas dicotomías entre sensibilidad y razón, porque “de la mano de la concepción dicotómica de la
realidad, terminamos por proyectar en el arte los conceptos de forma y
contenido” (Montoya Gómez, 2008, p. 212). Por lo mismo, la sensibilidad
pura como antimonia, es una purificación:
La adscripción de la experiencia
estética al dominio de lo "sensible" -la percepción y la sensibilidad
incluidas- para
comprender porqué también en la esfera de la experiencia artística hemos
terminado por replicar esta visión dicotómica de la realidad [...] para
explicar la experiencia artística es necesario limpiarla de toda materia que
"contamine" sus formas puras, no importando que su resultado termine
por ser una antinomia: la sensibilidad pura (Montoya Gómez, 2008, p. 212).
La sensibilidad pura
en el arte, agota los medios pictóricos; la exclusión de lo figurativo lleva la
función referencial a su exterminio práctico, y a la muerte del arte
“tradicionalmente figurativo”. El imperio de lo sensible, contradictoriamente
anula el cuadro, saliéndose del marco hacia el espacio y los objetos, sustituyendo
la realidad por la realidad misma; borrando el límite entre la realidad y su simulacro,
una nueva mimesis que lo retorna al lenguaje, y a la razón del crítico como
intermediarios de un espectáculo abstracto, lejos de la vida común, sometiendo al
espectador al juicio del crítico o sucumbir a las formas insólitas de la obra.
En palabras de
Montoya:
Formas, por una parte, significados por otra. Cuando
la opción entre la razón y la sensibilidad adquirió los visos de una oposición
entre dos formas de relacionarnos con las cosas, la razón de una actividad como
el arte se vio también condenada a una perpetua justificación (Montoya Gómez, 2008, pp. 212-213).
Ambos extremos, aniquilan
la naturaleza polisémica del arte, desconociendo que razón y percepción
sensible operan en simultáneo: "percepción
y pensamiento no pueden funcionar separadamente. Las capacidades comúnmente
reconocidas al pensamiento -distinguir, comparar, elegir, etc.- operan en la percepción elemental; y, al mismo tiempo, todo
pensamiento requiere una base sensorial” (Arnheim, 1989, p. 28). De allí que tanto sensibilidad
como razón se conjugan en la experiencia estética del homo, desde la infancia;
el recién nacido no es sólo pulsiones, emociones y reacciones autoplásticas primarias.
El significado de
la obra infantil, para algunos, media pues entre antimonias
estéticas: pura expresión sin contenido en la etapa inicial, y contenido sin
expresión en la última, dando por sentado que la universalidad gráfica como
fenómeno humano, equivale a que la obra infantil es inmadura, incompleta y
fallida hasta no superar las etapas gráficas y alcanzar las formas y contenidos
de la obra adulta. Sin embargo, en cada etapa, el arte infantil, es una potente
forma de expresión. Reconocer sus singularidades y diferencias con el gran arte,
es más sano que purificarlo. El arte tiene una historia donde gano su autonomía
y reconocimiento como disciplina; y el artista plástico se ha ganado un estatus
profesional; distinto de aquel, que siendo niño se reconoce como tal. Ambos
artistas y artes coexisten en el horizonte de la Estética Expandida, que abraza
además otras artes, y formas de expresión de la sensibilidad.
Es indudable que,
aunque los niños no aspiran al mercado, la trascendencia, la crítica y el
análisis estético de sus obras, el adeudo de la filosofía estética, con esta
forma de expresión humana es evidenciable. Tenemos entonces la tarea de
hacerlo, y construir un diálogo intercultural amplio, que visibilice el arte de
los niños, introduciendo sentido en lo que hasta ahora ha sido invisibilizado
por la tradición.
Conclusiones
A partir de un
análisis expandido hacia un horizonte de antropologización
del arte, encontramos en la aisthesis como unidad antropológica, una estética
filosófica, que, desde variadas perspectivas, transgreden la noción de la
estética restringida al arte como único portador de la sensibilidad humana,
trasformando la sensibilidad estética y artística en un derecho de todos y para
todos, incluyendo el arte de los niños, pre y adolescentes.
Desde este
horizonte, y en perspectiva de la Estética Semiótica, el arte infantil es un
lenguaje expresivo de signos (gráficos, plásticos, artísticos, etc.) producidos
en el mismo acto de crear, y dejar huella, registro e índice de la sensibilidad; sea de forma consciente
o inconsciente, el niño exterioriza en el dibujo, significados más allá del
lenguaje como lengua. Para un niño, la pintura es una experiencia vital, y como
capacidad innata, se transforma y materializa de forma cada vez más consciente.
Desde la
perspectiva de la Estética Simbólica, el arte es un lenguaje simbólico que deja
impronta de algo que no está presente y que el artista materializa a través de
una superficie de inscripción. El niño, como animal simbólico, es capaz de
virtualizar y encarnar ideas en la pintura, de manera progresivamente compleja.
Desde el horizonte
de la Estética Expandida, el arte es aisthesis, vehículo de la sensibilidad. Por eso las obras de
los niños también son formas de exterioridad, a través de una superficie de
inscripción, que encarna cuerpo y cultura, como lenguaje simbólico, semiótico, estético
y artístico.
La obra infantil, en tanto, es
libre de convenciones, no se reduce ni al signo, ni al símbolo, ni al lenguaje,
ni a la razón; pero como el arte es interpretable por su naturaleza polisémica.
El arte de los
niños, no responde a estilos, mercados, ni trascendencias. Sin embargo, hay que
empezar a reflexionar la pintura infantil, también desde el discurso estético
que amerita como expresión y como objeto de interés pedagógico. Sin embargo,
cualquier interpretación estética del arte infantil, aunque puede ser diversa,
sólo puede partir de lo que el mismo es.
Notas Bibliográficas
(1)
“Como toda
expresión gráfica, el ejercicio escritural del niño a través de los signos
artísticos presentes en el dibujo o la pintura, es una habilidad universal
adquirida por la especie en los procesos de transformación que separaron al
hombre de su sustrato zoológico. Dicha condición innata de la grafía artística
del niño, no inicia con la primera línea, o la primera figura como concluyen
otros estudios; surge en la etapa intrauterina en donde se gestan los procesos
genéticos, ontológicos, y filogenéticos, fijados en el ADN humano que le
permiten desarrollarse como individuo sensible, entendiendo la sensibilidad
como función integrada a un sistema orgánico y por tanto compuesta de todas sus
partes, incluyendo la inteligencia. Esta nueva concepción […] reivindica el
valor del cuerpo como dispositivo privilegiado de la sensibilidad humana,
porque sólo a través de él es posible devenir sensible, un cuerpo que también
es superficie de inscripción simbólica y que como materia plástica es moldeado
por los espacios que habita, tanto materiales como inmateriales. Territorios
que como significaciones vívidas salen a flote en el dibujo infantil, representando
los vínculos de pertenecía e identidad simbólica, y sus dominios individuales y
colectivos que vehiculan valores y pautas de conocimiento en cada etapa
gráfica, con distintos signos, íconos, y símbolos, que expresan
territorializaciones sobre los espacios significados y simultáneamente las
desterritorializaciones y reterritorializaciones que
elabora con cada modificación de su mundo interno/externo”. […], y que se refleja de forma
distinta en cada etapa de su dibujo:
(2)
De 0 a 9 meses. Se desarrollan en el embrión como Cuerpo Orgánico, los procesos
autoplásticos y haloplásticos cerebrales, además del
oído y el tacto, que le permitirán desarrollar sus primeros intercambios
sensibles con el mundo.
(3)
De 0 a 2 años, el bebé se explora como Cuerpo Sensible, simbolizando a través
de signos semióticos corporales, huellas, gestos e índices.
(4)
De 2 a 4 años, el infante se descubre como Espécimen Humano, simbolizándolo a
través de la figura humana diferenciada, distinguiendo entre ésta y otras
especies a través de signos anatómicos.
(5)
De 2 a 4 años, el infante se experimenta como Ser Humano miembro (central) de una
familia (grupo), simbolizándolo en dibujos sobre la familia.
(6)
De 4 a 6 años, el infante se sondea como Individuo habiente de un entorno grupal
cercano simbolizándolo a través diferentes representaciones de la casa,
incluyendo o no la naturaleza, a él mismo, y los miembros de la familia.
(7)
De 4 a 6 años, el infante se explora como Ser Natural emplazado en la naturaleza
simbolizándolo a través de una naturaleza subjetiva y humanizada.
(8)
De 6 a 12 años, el niño se observa como Ser Racional anclado en una naturaleza
objetiva, que simboliza a través de una naturaleza sujeta a las leyes físicas.
(9)
De 12 a 14 años, el pre adolescente urbano se
investiga como Sujeto Cultural, y como observador situado en un mundo
artificial, simbolizándolo a través de la representación de señales
convencionales y espacios sociales, generalmente urbanos.
(10) De 14 a 17 años, el adolescente se identifica como Hombre
Pensante, creativo, estético, crítico
y unidad disuelta en el mundo, expandiéndose al cosmos de su pensamiento,
simbolizándolo a través de críticas sociales, éticas, morales, políticas,
estéticas, etc. (Zapata, 2012, p. 64).
(11) Las sinapsis permiten a las neuronas del sistema nervioso
central formar una red de circuitos neuronales. Son cruciales para los procesos
biológicos que subyacen bajo la percepción y el pensamiento. También son el
sistema mediante el cual el sistema nervioso conecta y controla todos los
sistemas del cuerpo.
(12) Desde la psicología, el sentido de las primeras líneas
expresivas del bebé está vinculado a procesos psíquicos, cuyo valor es el
registro de la actividad mental y motora que empieza a manifestarse a través
del dibujo, pero no tiene un carácter simbólico hasta la adquisición de la
figura con nombre.
(13) Y aquí, el concepto se tropieza con la condición evolutiva
del dibujo y el supuesto sin sentido estético de la simpleza de las líneas de
un pequeño que ni siquiera puede hablar. Pero volteando la cara de este
significado convencional, en las primeras líneas sin orden ni forma, hallamos
desde la perspectiva de Arnheim, el más puro acto
creativo: la traza del bebé no reproduce sino que produce, no recrea si no que
crea, no imita sino que imagina… es decir, a diferencia de los animales
adiestrados para el dibujo, el niño se explora a sí mismo como ser estético
sensible, capaz de experimentar emociones a través del dibujo, al tiempo que
traza signos gráficos (sin intención representativa), que simbólicamente
expresan lo que en su interior va configurando del mundo.
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[*] Doctoranda en Educación de la
Universidad de Baja California (México). Magister en Historia del Arte
Universidad de Antioquia (UDEA).
Licenciada en Educación Artes Plásticas UDEA. Maestra en Artes Plásticas
UDEA. Docente de la Licenciatura en Artes Plásticas UDEA. Autora del libro
Desarrollo Artístico de Niño. Artista Plástica y Audiovisual. Miembro del grupo
de interés pedagógico: Educación Artística, Cultura, Infancia y Adolescencia,
de la Facultad de Artes UDEA.